Saturday, April 29, 2006

el dilema, el dilema... ¿escribir o dirigir?


Siempre me piden que coloque entrevistas.
aqui va una. nueva, realizada en Bs As. El tema ahora es, al parecer, escribir o dirigir. Todo un tema. No sé si es tan verdad
q no era un escritor no tan feliz y tampoco se si soy un cineasta feliz. Tampoco tengo claro, leyendo ciertas críticas, si uno es un cineasta o un escritor. Pero, por otra parte, si uno esperara la bendición de los demás para hacer las cosas, no haría nada.

aqui va.

Un Fuguet cineasta que no era "un escritor tan feliz"

GABRIELA MAYER (DPA)
BUENOS AIRES
"Nunca quise ser escritor, me convertí en uno. En cambio siempre quise ser director de cine, desde mucho antes", admitió el chileno Alberto Fuguet a su paso por el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI), donde también adelantó detalles de su próximo film, "Perdido".
El autor de "Tinta Roja" y "Mala Onda" estuvo en el BAFICI como jurado y asimismo presentó su primer largometraje, "Se arrienda". "Sin duda yo no me sentía un escritor tan, tan feliz, porque no luché por ser escritor, como que me llegó. Siento en cambio que como director he tenido que luchar, o al menos esperar", declaró en entrevista con dpa.
Fuguet logró resonancia coeditando la antología de jóvenes autores "McOndo" en 1996, que tomaba abrupta distancia del realismo mágico, y es considerado entre los autores más emblemáticos de la nueva narrativa latinoamericana, interesada en la cultura de masas. El cine ya estuvo presente por ejemplo en su última novela, "Las películas de mi vida", a la vez que tituló "Cortos" un volumen de cuentos.
Y la demorada decisión de ocupar la silla de director se vio impulsada justamente cuando visitó unos años atrás el BAFICI. "Vi un par de películas que me parecieron muy simples y me tocaron mucho, de gente mucho menor que yo, y dije basta. Tengo que aprovechar los contactos que tengo".
El autor que se crió en Estados Unidos y vive en Santiago relató que la génesis real de "Se arrienda" tuvo que ver con su propia frustración.
"La película es sobre cómo se adaptan los sueños con la realidad, qué pasa cuando uno se convierte no en lo que uno quiere ser sino en lo que uno se convirtió. Que casi todo el mundo se transforma en lo segundo, no exactamente en lo que quiso ser. Y hay una cierta edad en que uno tiene que decir 'bueno, yo ya no fui lo que quería ser, sino soy lo que soy'".
"Por suerte yo lo logré, y ahora siento que soy director de cine", manifestó risueño. "Para mí el triunfo fue hacerla, y que quedara bien", apuntó respecto de la cinta protagonizada por Luciano Cruz- Coke, en la piel del frustrado compositor Gastón Fernández, que se convirtió en un éxito de público en su país.
El trazado de paralelismos con la literatura resulta prácticamente inevitable. "En un libro de alguna manera tienes todo el dinero del mundo, es gratis, tienes todas las palabras del mundo para usar; en el cine tú tienes sólo cuatro o cinco semanas para rodar", ejemplificó. "Eso me gustó del cine, me pareció que era mucho más intenso. Por ejemplo perdí diez kilos, nunca los he vuelto a recuperar".



Fuguet, nacido en 1964, tiene pensado continuar tendiendo puentes entre literatura y séptimo arte. "De hecho ahora estoy haciendo un libro y una película que son muy distintos, pero se van a llamar igual. La película se va a llamar 'Perdido' y el libro 'Extraviado' o 'Missing'. Son historias totalmente distintas, pero vienen de la misma base".
"Me di cuenta que estaba muy interesado en el tema de perderse, de gente que se pierde, de perderse uno en la vida. Las dos tienen que ver con historias reales, pero una es mucho más real, porque es una historia familiar de un tío mío que nunca más se supo de él", la que plasmará en el papel. La otra, que Fuguet planea filmar en marzo, se basa en el libro "El empapado Riquelme", de Francisco Mouat. "Lo leí y quedé muy impactado", dijo.
Consultado acerca de qué le atrae de los personajes perdidos, el escritor, cuya infancia transcurrió en California, reflexionó: "Creo que en una época estuve perdido también. No tener un idioma, no tener una raíz, no sentirte parte de. Me doy cuenta además que yo no soy el único, la mayoría de la gente está perdida".
En cuanto a su participación en la octava edición del BAFICI, entre el 11 y el 23 de abril, Fuguet consideró "loco" haber estado hace pocos años como crítico y luego como cineasta y jurado de la competencia argentina. "Es una buena responsabilidad, es agradable, pero también es agotador, porque te pierdes el lado lúdico", opinó.
Fuguet se manifestó admirador de los cineastas argentinos Lucrecia Martel, Pablo Trapero, Ezequiel Acuña y el también escritor Martín Rejtman, entre otros. En cuanto a las películas de esta generación de realizadores, destacó que "son hechas por gente que le gusta el cine, que ya no están haciendo cine político para quedar bien, toman riesgo económico".
A su vez, Fuguet subrayó que en Chile "están ocurriendo muchísimas cosas muy rápidamente, y principalmente, más que decir si es bueno o malo, es bien diverso, se están estrenando muchísimas películas. Pero lo que más me importa a mí es que la gente las está yendo a ver", algo que antes no sucedía.
El autor elegido en 2002 para la portada de la revista "Newsweek" bajo el título "Latin Literature's New Look", expresó: "Yo no sé si McOndo existe o no, pero efectivamente los nuevos escritores jóvenes, que ya no somos tan jóvenes, todos ellos fuimos criados por el cine y algunos de nosotros hacemos películas ahora. Pero a ningún escritor nuevo latinoamericano el cine le es ajeno".
"La literatura ya no es tan famosa como antes", aseveró. "La idea del 'boom' nunca va a volver a ocurrir. Muchísimos libros salen publicados y ahora nadie se entera. Pero se está escribiendo distinto, sin duda", apuntó. "Un escritor como Roberto Bolaño o mismo Rodrigo Fresán están siendo respetados y leídos afuera y no están entregando el mensaje del realismo mágico", añadió.

Richard Ford revisitado



Richard Ford en sus dominios

reflexiones y nostalgias a partir del articulo de portada de la última revista de libros de EL M. Primero,
un agrado ver a Richard Ford ahi, en la tapa. Dos, culpa por no haber leido todos los cuentos de A multitude of sins. El otro,
conversando con amigos cinéfilos, me preguntaron si Hollywood llamara a tu puerta, y yo tuviera la mala idea de aceptar la tentación del demonio, qué libro adaptaría: creo que adaptaría o juntaría un par de cuentos de Rock Springs de Richard Ford. También me encantaría hacer Incendios de Ford. Y, aunque no tiene nada q ver con Ford, creo que podría sacarle partido a The Tennis Partner de Abraham Verghese. Pero eso es otro tema.

Cito parte de la buena entrevista que Paula Varsavsky le hizo a Ford. Reconozco que no tengo idea si Varsavsky es chilena o no. No estoy tan al dia, deduzco, del mundo periodisitico-literario local. En todo caso, es un golpe agarrar a Ford en sus dominios.

A pesar de sentirme bastante al día, la nota de la Revista del Dgo me "golpeó" porque no sabía que venia una nueva novela de Ford y menos que se trataría de la tercera parte de la saga de Bascombe: "El periodista deportivo" (1986) y "El Día de la Independencia" (1995). La novela se llamará "The Lay of the Land" que saldrá en octubre de este año.

momentos de la entrevista:

Consultado acerca de la fuente de inspiración para componer la relación con los hijos, dado que Ford no es padre, afirma: "Como dijo Graham Greene, el trabajo de un escritor es entrar en la piel de alguien que no es. A pesar de que no tengo hijos, compuse el personaje de Frank Bascombe que los tiene. Fui hijo y la mayoría de mis amigos son padres. En cierta manera, es lo que hace un actor. No es tan difícil. No estoy creando un ser humano real, ni un padre verdadero. Se trata de palabras en una página que representan algo. Diría que esa información y esa sensibilidad nos pertenecen a todos. Quizá, para ser escritor uno tenga que estar más disponible para recibirla. Por mi parte, soy básicamente intuitivo".

Ford se ha mudado con frecuencia. Pasó un tiempo en México y residió varios años en París. Le interesan las casas, como a su personaje Frank Bascombe. "Me agradan las casas por varias razones; por un lado, soy una persona que no tiene un Dios. Creo que, aparte de la muerte, los problemas que tenemos son los que nos suceden en la Tierra. Me interesa la forma en que la gente encuentra refugios, en que se acomoda durante el pasaje por la vida. Disfruto del aspecto de las casas, la estética. Mi padre, cuando era chico, se crió en Arkansas. Compró una casa hacia fines de la década del cuarenta, donde vivimos hasta mediados de los cincuenta. Siempre quería una mejor. Los domingos a la tarde recorríamos barrios buscando casas. Asocio eso con algo bueno. De todas formas, tampoco tengo tanto sentido de permanencia, ni siquiera en un lugar como éste, del cual estoy bastante orgulloso. El hecho de ser propietario no me interesa demasiado".

"Me satisface la lectura de mis contemporáneos y que esos libros me lleguen. Algunos de mis favoritos son William Trevor, Philip Roth, el Saul Bellow de los años sesenta, Anne Beattie, Robert Stone, Jonathan Franzen y los cuentos de E. Annie Proulx. Mi interés como escritor, además de mi producción, es ayudar a generar más lectores. Los estamos perdiendo por la televisión, internet o la realidad financiera de las editoriales. Más allá de intentar escribir, mi interés en el campo de la literatura es lograr que exista y que sea valiosa para la gente".

Además de retratar la clase media, cierta clase de personajes fuera de la ley habitan sus relatos. "A mediados de los setenta recibí una beca para la creación literaria que también me permitía estudiar. Fui a Oaxaca a aprender español. En aquella época era muy peligroso vivir ahí. Era un lugar pobre, donde se hacía tráfico de drogas. Entonces tuve la idea para mi novela La última oportunidad". Luego agrega: "No explico mi trabajo en términos autobiográficos. Me parece que la literatura no se trata de eso. Escribo acerca de personajes marginales, por llamarlos así. En realidad, creo que somos todos iguales. Es una forma de rendirles tributo. Aprecio la manera en que articulan la vida, su forma de sentir y de pensar. En cuanto a los personajes de clase media, es probable que tenga una mayor afinidad con ellos. Soy una persona de clase media, siempre lo he sido. También he tenido cierta experiencia en el campo, digamos, marginal".

"Para mí la literatura - no importa si es comedia, tragedia, amarga o alegre- trata de ennoblecer nuestro sentido de la vida. A pesar de que muchas veces lo haga de manera curiosa. Que alguien lea un libro acerca de la vida, y es de lo que se habla en cualquier ficción, quiere decir que, al menos, está lo suficientemente interesado en la vida como para leer acerca de eso. Este hecho es alentador. Por ejemplo Celine, u otros autores que escriben acerca de temas terribles de la vida, no contradicen la hipótesis. Apartar a alguien del quehacer cotidiano, por el tiempo que lleva leer un libro, y que luego vuelva a la vida con algo que antes no tenía es positivo".




Yo, años atrás, con ocasión de la salida de Mala onda en inglés, me tocó ser invitado a Toronto, a un festival literario. Y me tocó estar con Ford y le pedí entrevistarlo. Creo que esto fue el año 1997. Joder, cómo pasa el tiempo. Escribí este artículo para Capital

Richard Ford, escritor norteamericano:
El optimista

por Alberto Fuguet

Dicen que no es bueno conocer a una persona que uno admira desde lejos. En especial alguien que uno ha leído. Pero, a estas alturas, en que, por casualidad o mérito, he podido estar cara a cara no sólo con gente que admiro o respeto, me ido dando cuenta que los autores son en extremo parecido a sus libros.
Richard Ford, en ese sentido, es tal cual: sensible, pausado, generoso, lleno de revelaciones que parecen surgir de cualquier parte. Ford, como su nombre lo indica, es en extremo americano, aunque su acento, y sus maneras, son más cercanas a la de un caballero sureño (que es lo que, en rigor, es) que a la de un vaquero white-trash de Montana, uno de sus territorios tanto literarios como geográficos.
Ganador tanto del Premio Pulitzer como del (quizás más ) prestigioso PEN/Faulkner Award por su novela El día de la independencia, suerte de segunda parte de El periodista deportivo, quizás su novela más célebre, Ford está en su mejor momento. Su obra ha sido totalmente traducida al español (Women with Men, su más reciente libro, consiste en tres nouvelles sobre las relaciones interpersonales entre hombres y mujeres, saldrá en España durante el presente año).
La obra de Ford es itinerante como su autor. Luego de debutar con una novela sureña y gótica como su estado natal de Mississippi, el autor viajó a Oaxaca, Mexico, donde completó su segunda novela. Pero la voz, el imaginario y el depurado estilo de Richard Ford (piensen en un Carver feliz, imagínense un mimalismo-máximo con novelas que alcanzan hasta las 700 páginas en el caso de El día de la independencia) recién se armó con la notable El periodista deportivo, la primera aparición de Frank Bascombe, un americano de clase-media, con muy poco de artista y mucho de autista (que no es lo mismo). Bascombe se ha vuelto algo así como un personaje/símbolo del zeitgeist moral del tipo medio. Mientras la mayor parte de los escritores contemporáneos se la juegan por lo marginal y bizarrro o, sencillamente, optan por hablarle al ghetto del que se sienten parte, Ford se la juega por la masa media que, curiosamente, no lee pero vive a un cierto ritmo, y tiene ciertas taras, que despiertan en Ford algo que se parece a la piedad y que está cerca de la comprensión.
Si las dos novelas de Bascombe pusieron a la intercambiable Nueva Jersey y sus rutas interestatales en el mapa literario, tanto Rock Springs, una imprescindible y seriamente perturbadora colección de cuentos, como la salvaje y contenida Incendios, hizo de Montana, donde Ford posee una cabaña, uno de esos sitios literarios que se te graban en el inconsciente y, no importa cuantas veces vuelvas a leerlo, sabes que, a la larga, tendrás que peregrinar a la tierra de Ford en una suerte de manda y quizás ahí dar las gracias o algo así. No estoy exagerando. O quizás sí. Sucede que cuando uno termina de leer a Ford eso es lo que uno siente: agradecimiento. Antes veía las cosas de un modo, ahora de otro. Antes estaba ciego, sin embargo ahora veo. Y entiendo.
Ford es tremendamente parecido a Clint Eastwood, ser con que, aunque el autor no es consciente de ello, un visión de mundo, además de estilo donde no hay lugar para la pretensión ni los excesos. Richard Ford, como Eastwood, es muy alto, canoso y sus ojos azules parecen más en carácter con una estrella de cine. No habla demasiado, usa botas y lleva sus 54 años con una elegancia que no es juvenil sino más bien de alguien que ha encontrado lo que tiene que hacer y, para más remate, lo hace bien. Ford es, antes que todo, un tipo en paz. Eso se nota y se agradece.
Y qué gran escritor es. Basta mirar con qué calma toma su taza de té o cómo camina por un lobby atestado de miles de vendedores de colchones vibrantes con sus respectivos name-tags en sus pechos para que todos sepan quiénes son. Ford, en cambio, no posee esa ansiedad tan notoria en tantos artistas para que todos sepan quién es. Nadie en el lobby, ni en la convención anual de vendedores de colchones vibrantes, sabe quién es Ford. Nadie, desde luego, lo reconoce. Lo suyo no es el reconcimiento, es la comunión.



Esta conversación se llevó a cabo en el último piso del hotel Westin Castle, de Toronto, Canadá. La habitación era con vista al interminable lago Ontario. Ford, junto a una cincuentena de escritores más de todo el planeta, se encontraba ahí para el HarbourFront Reading Series, otro tipo de congreso que el de los vendedores de colchones vibrantes.
En el ascensor, una señora con pelo azul nos preguntó a varios escritores si éramos parte del congreso. Uno le dijo que no pero qué formábamos parte de otro. “Ah, ¿y qué venden?” El autor le dijo historias. La señora lo miró y le djio: “entonces estamo en el mismo negocio, querido”. Después le pasó su tarjeta de negocio.
Le cuento esta anécdota fordiana a Ford. El se ríe. “Así es, así no más es”. me dice.

¿Crees que estos vendedores de colchones que vibran podrían interesarse en algun libro tuyo? Mal que mal, un vendedor de colchón perfectamente podría ser un personaje tuyo.
Leer por placer se ha vuelto algo muy escaso acá en Norteamérica. La gente puede leer un diario, una revista, algo que les entregue informción. Pero sentarse a leer un libro de cuentos, lo dudo. Sin duda creo que si alguien es capaz de detenerse, bajar las revoluciones, y disminuir a la velocidad pausada que se requiere para entregarse de lleno a un libro de cuentos, esa persona lo pasa mejor en la vida. Además, hay algo de nobleza en ser capaz de sincronizar con la velocidad del autor. Hay una suerte de comunión que tiene mucho de generosidad. Uno deja de preocuparse de uno y se entrega al otro.
-Digamos que te piden que bajes a la sala de convenciones. Se enteran que tú también estás en el hotel y consideran que sería bueno que le hablaras a todos los vendedores. ¿Qué les dirías? ¿Por qué, más allá de las razones estéticas y emocionales, le conviene a un vendedor de colchones de leer? ¿Saca alguna ganancia concreta?
No les hablaría, les leería. Probablemente elegiría un pasaje que yo estimase cargado con emociones o temas que les podría interesar. Algo con que ellos pudieran identificarse. Les leería unos diez minutos. Una suerte de recreo de sus otras preocupaciones. Después, elegiría pasajes y podríamos comentarlos. Les explicaría que una de las funciones de la literatura es renovar nuestra vidas emocionales y sensuales. Entonces releería el pasaje y vería si, de verdad, renueva algo. O si nos permite ver algo de otro modo. Les explicaría que leer nos ayuda a controlar, y dominar, nuestras vidas. Y eso, supongo, es una tema que, sin duda, les interesa.
-Yo esperaría que sí. De alguna manera, tus personajes son gente que no lee.
De alguna manera, sí.
-Son como la gente real. No son intelectuales, desde luego.
Yo tampoco lo soy. Intelectual, digo. Me siento cerca de mis personajes. Les tengo cariño. Y piedad. Estoy de parte de ellos. Tengo una gran empatía con mis personajes, con sus vidas. Incluso con los personajes de “Women with Men”, que no son del todo respetables. Están lleno de fallas y trancas. No son, en ese sentido, atractivos.
-A mí me parecen extremadamente atractivos.
Sí, claro. Lo son. Es gente compleja. Uno se acerca a ellos como lector y, claro, son atractivos, en el sentido que atraen. Uno está obligado a vivir sus vidas. Uno las observa, como lector. Esa distancia te otorga un cierto placer estético que te permite, más allá de sus fallas, acercarse a ellos.
-Volvamos a los intelectuales. ¿No son complejos ni atractivos?
Yo probablemente escribiría sobre ellos si fuera un intelectual, pero no lo soy. Al menos no me siento cómodo asumiéndome como uno. Hay una gran frase de mi amigo Bob Hughes, que es un crítico de arte, sobre Cézanne. Y no es que intente compararme con Cézanne. “No tenía un concepto; tenía una sensación”. Cézanne pintaba a través de las sensaciones. Yo soy ese tipo de escritor. Yo observo, siento. Eso no significa que mis libros no tengan alguna cuota intelectual. Estoy más cerca de Cézanne que de un filósofo.
-La mayoría de tus personajes no son ni filósofos ni intelectuales. Son hombres comunes y corrientes. Y son hombres. “Women with Men” es un suerte de juego. Son “Men without Women”, casi. Como el libro de Hemingway. Hablemos de qué significa ser hombre. En tu charla ayer hablaste del “silencio masculino” que es, a todo esto, un bello concepto.
Todos tienen un silencio y cada vez hay más silencio. Hay, por cierto, un silencio femenino, que es uno que calla porque desea ocultar. El silencio masculino es el del que desea hablar pero no puede.
-Exacto. Al parecer a los hombres les cuesta más expresarse.
No lo sé.
-¿No lo sabes? ¿No crees que sea así? Tus libros están plagados de situaciones como esas.
Yo no tengo problema para expresarme y soy hombre.
-Pero eres escritor. No vale. Y así y todo...
A lo mejor, quizás. Sé a lo que te refieres pero, como escritor, no puedo hacerme cargo de ese prejuicio. Todos entran o caen en los silencios. Mi esposa, desde luego.
-A ver, de acuerdo. Pero buena parte de sus personajes masculinos derrochan afecto que no pueden expresar. Es algo conmovedor. Y terrible. La epifanía se desprende cuando lo intentan, cuando logran quebrar esas barreras.
Sí, sí. Te entiendo. Es cuando logran responder, conectarse. Es el momento en que responden a sus afectos. Es ir más allá del impase. Para mí, todo se reduce al lenguaje y estos hombres no sólo les cuesta expresarse sino encontrar las palabras adecuadas. No tienen costumbre de articular sus afectos. Hay que saber decir lo que uno desea decir. El sentido depende de cómo uno lo dice. Pero uno tiene que decirlo. El lenguaje es salvador. Es capaz de salvar. Es un acto de generosidad poder decir las cosas que uno siente.
-Tus personajes intentan salvarse y salvar a otros. Pienso en los cuentos de Rock Springs, por ejemplo.
Y quieren mejorarse.
-Pero no en el sentido egoísta o bobo de los manuales de auto-ayuda.
Tiene que ver con otros. Es intentar mejorar tus relaciones. Sólo así uno puede mejorarse en forma personal. Como un no-cristiano, creo que todo al final se reduce a nuestras relaciones inter-personales. Para mí, alcanzar la independencia no implica aislarse.
-A ver, sigamos con eso. El profesor Andrew Delbanco, de Columbia, sostiene que todas las grandes novelas norteamericanas son, al final, sobre la independencia. Y tú tienes una que, no casualmente, se llama El día de la independencia. ¿Qué es la famosa independencia? ¿En qué consiste?
Es lograr la suficiente confianza en uno mismo para intentar acercarse a otro. Es acumular la necesaria valentía y esperanza para arriesgarse a quebrar esa capa de aislante que nos rodea. Es lo que ocurre al final de “El día de la independencia”. Frank se atreve a acercarse al grupo. Se pierde en la muchedumbre. Es el fin del período que yo llamo “de la existencia”. Se deja de existir para comenzar a vivir.
-Da la impresión que para llegar a esa independencia, hay que pasar primero por un período de soledad, algo no ajeno para tus personajes.
Es una suerte de cruz que hay que cargar. No sé si a todos les toca ese camino. Este personaje, Frank Bascombe, desde luego. Hay gente que parte rodeada de gente y termina totalmente aislada, incapaz de alcanzar esa unidad con otro u otros. Frank lo alcanza. No todos buscan esa unidad. Muchos sólo desean tener alguien cerca y eso es otro cuento.
-Frank Bascombe pasa por varios infiernos, todos tremendamente contemporáneos y, a la vez, de toda la vida.
Frank intenta recuperarse de la tragedia de la muerte de su hijo intentando poner algún tipo de distancia -de aislación– con ese evento tan terrible. Para él, aislarse fue necesario. Se alejó de los riesgos, de todo aquello que podría dañarlo de algún modo.
-Tus personajes, Frank Bascombe, desde luego, no son el típico macho latinoamericano ni, por cercano que estén a los vaqueros de las praderas, tampoco uno los podría calificar del “all-american stud”.
No buscan peleas en los bares. No andan a la conquista de las rubias. Sí, claro, no están en esa opción. No son tan básicos. Han superado la persecución ansiosa del sexo.
-A ver. Explícate.
Mucho de mis personajes son prácticamente castos. O están muy lejos de ser prisioneros de su ansiedad.
-No son adolescentes escalvos de sus hormonas.
Exactamente. Son capaces de estar solos. Llegan al fin del sexo. No el fin absoluto, pero como manifestación de su ansiedad. Se produce una tremenda insatisfacción. Lo que partió como una manera de aplacar esa ansiedad termina aumentándola. Claro que para darse cuenta de eso hay que tener conciencia. Y eso lo que la ficción nos pide que hagamos: que nos fijemos en nosotros mismos, que nos demos cuenta.
-Y cuando nos damos cuenta, ¿qué?
Nos cambia la percepción. Dejamos de actuar como mujeriegos. Esa ansiedad desaparece y podemos, por fin, vernos. Sólo si podemos vernos a nosotros, podemos ver a los demás. Si te vas a ofrecer a alguien, es bueno saber lo que estás ofreciendo. Si le dices a una mujer: “quiéreme”, tienes que tener claro qué hay dentro de tí que es digno de ser querido. Algo parecido ocurre con el escritor. Tienes que ofrecer lo mejor de tí para que exista la posibilidad que puedas conectar con lo mejor del otro: es decir, el lector.
-Con todos estos antecendentes, entonces, ser hombre sería...
Parecerse bastante a una mujer. Es atreverse a cansarse, a tener miedo. Es aislarse y entender que uno no puede quedarse en ese estado. Es salir adelante, más allá de los inconvenienes. Las mujeres tienen esa capacidad masculina, por así decirlo, de empujar hacia adelante que pocos hombres poseen. Los hombres tienden a caer como troncos, tanto que luego son incapaces de levantarse. En todo caso, lo importante al escribir es fijarse en los detalles, no en las generalidades. Y, al final, son los detalles los que determinan cómo uno es. Sea hombre o mujer. No me interesa demasiado, por eso mismo, la literatura de mujeres. Y no creo que yo haga una literatura masculina. Sí intento escribir sobre las relaciones que se articulan entre los dos.
-O que no se articulan.
Exacto. Más bien eso. Aunque, algunas veces, sí lo logran. No soy tan pesismista. Para nada. Creo que soy un optimista.
-Yo también. Como el título de tu cuento. Un cuento increíble, por lo demás, que explora, como muchas de tus obras, la relación padre-hijo. Donde el padre, por lo general, no está o pareciera que no estuviera.
Siempre estoy en busca del drama. Las relaciones que se establecen entre los padres y sus hijos están lleno de drama potencial.
-Tus padres tienden a ser más infantiles que sus hijos.
Eso tiene que ver con lo convencionalmente se entiende por padre. El rol del padre para un tipo de 35 es un rol bastante duro ya que no le permite ser infantil o inmaduro cuando lo más probable es que sí lo sea. Que se parezca a su hijo de diecisiete. Es más que probable que no sepa tanto como debería. Es más: ¿cómo puede saber lo que hay que saber? Sólo puedo sentir piedad por un tipo así.
-Y ese es el problema de leerte. Uno no sabe como reaccionar. Es imposible juzgar o reaccionar negativamente con alguno de tus personajes. En ese sentido, tu piedad me parece del todo peligrosa.
Al final, creo, todos mis personajes intentan hacer lo mejor que pueden. Como en “Rock Springs”. Intentan comunicarse pero no saben cómo. La meta de ellos es poder hablar.
-¿Hablar?
Sin lenguaje, no hay comunicación. En el cuento “Celoso” (de “Women with Men”) hay un momento de concesión en la que le padre simplemente le dice: “supongo que no hay mucho que pueda enseñarte”. Esa, creo, es una gran enseñanza.
-En “El día de la independencia” el chico es mucho más cruel y manipulativo. Casi como si fuera un adulto.
Claro, y Frank intenta complacerlo, pero no sabe cómo. Y sufre como bestia en el proceso. Yo algo sé del tema, supongo, por eso estos temas me intrigan.
-A ver...
Bueno, como niño, tuve las dos experiencas. Un padre ausente y uno que fue maravilloso. El mismo hombre, pero en períodos distintos. Por su trabajo, al principio, no estuvo cerca. Pero después, por un momento breve, fue un padre notable. Lástima que duró poco pues se murió. Llegó tan rápido como se fue. Yo no conocía al hombre y tuve problemas con la justicia. Y de pronto aparece este ser que me entiende, que desea saber de mí y entender quién soy. Le caía bien, me quería, me hablaba en forma directa. Alcanzamos este marvilloso plateau de afecto, consuelo y empatía. Y se murió. Supongo que por eso escribo sobre ese tema.
-¿Y qué te da tener eso? Es como una suerte de vacuna, ¿no?
Mira, el haber contado con el afecto de tus padres sólo te ayuda a entregar afecto a los demás. Lo hace más fácil. Sin duda. Es curioso como los padres tienen la opción de ser monstruos o grandes personas. Te pueden estimular o opacar o ignorar. Mi padre fue ambas cosas. Fue distante, displicente, físicamente frío. Pero, al final, cambió. Y fue un aliado, un cómplice. Quizás de ahí salen mis finales. De un deseo interno a que los cosas se den vueltas, que haya una salida.
–Son finales optimistas.
Sin duda. Optimistas. Sé que a alguna gente le parecen un tanto simples. Poco creíbles. Pero yo miro mi propia vida y veo como mi padre, este ser hosco y denso, fue capaz de hacer un giro y transformarse en mi amigo. La gente siempre es capaz de sorprender a otro. Uno nunca puede saber qué puede suceder si hay gente de por medio. Eso es lo que me hace escribir: el ser fundamentalmente un optimista. El creer que, al final, hay una salida.

Sunday, April 23, 2006

Una vida critica--pronto

Esto salio el viernes pasado en La REV de Libros
algo hay de cierto, pero deseo precisar algunos puntos

La productiva cinefilia de Fuguet

Sorprenderlo quieto es prácticamente imposible. Por estos días anda en Buenos Aires, participando con su película "Se Arrienda" en el Octavo Festival Internacional de Cine Independiente, que se clausura el 23 de abril. Desde que devino cineasta, algunos piensan que Fuguet ha abandonado la escritura. Pues, no. ¿Acaso el guión en que trabaja para su próximo largometraje ("Perdido") se escribe solo? ¿No es un ejercicio tan literario como una novela? En el caso de Fuguet, el mundo del libro ha terminado por confluir totalmente con el del cine. Incluso en su labor de editor, como responsable de la colección Epicentro, de Alfaguara, su nuevo proyecto va encaminado en esa línea: está preparando un libro sobre los 40 años de crítica de cine de Héctor Soto, titulado "Una vida crítica". El volumen todavía está en pañales, pero su publicación se anuncia, tentativamente, para octubre. Por si fuera poco, el autor de Mala onda está a cargo del Diplomado en Cultura Audiovisual Contemporánea de la Universidad Alberto Hurtado, dirigido a guionistas y gente que trabaja en cine (para otros o por su cuenta). En el elenco de profesores hay periodistas-escritores-guionistas como Ernesto Ayala y Francisco Ortega, y una estrella invitada: la guionista peruana Giovanna Pollarolo ("Pantaleón y las visitadoras"), otra vieja conocida de Fuguet. Juntos hicieron el guión de Tinta Roja que Francisco Lombardi llevó al cine hace seis años.

a-- Si, estaba en Bs As de jurado de la competencia argentina y presentado la Se arrienda q ha funcionado muy bien, es raro ver como conecta con el publico extranjero

b-- PERDIDO, en efecto, hubo que escribirlo. A lo largo de seis meses. No fue, como dice, con mi ex-asistente de produccion
sino como mi ex-asistente de dirección. No se llama Martin Andrade sino Rene Antonio Martin Andrade, alias Rene Martin. Ahora estoy inmerso en un guion nuevo, rapido, de amor, junto a Maria José Viera-Gallo y la estamos pasando bien. La definimos como Oriental. No sé aún si la filmamos antes o depsues de PERDIDO. La idea es que sea una cinta "rapida" y "barata" y muy sentida.

c-- En efecto, estoy editando UNA VIDA CRITICA y ha sido toda una experiencia. Siento que el libro es como si fuera mio (ya lo quisiera). Son 40 años de crítica de cine de Héctor Soto.No está en pañales sino bastante avanzando. Y si, sale durante el segundo semestre. Me apoyan los de Univ Hurtado, entre ellos Cristóbal Fredes, que está encargado de la recopilación y tb con Christián Ramirez que es como el experto número uno de Soto.

d-- El diplomado va: incluye tb gente de la calidad de Lucrecia Martel y Jordi Ballo, autor de un libro clave sobre lo que implica un guión.

e-- Giovanna Pollarolo será parte del diplomado pero nunca he trabajado con ella. Ella adaptó TINTA ROJA pero lo hizo sola. La di completa libertada. Yo no participé para nada en esa película.

robarse el verano



Hoy me solicitaron presentar un libro de un autor q no conozco y menos he leido. Dije que no. No presento libros de gente que no siento cercana. A la Pepy la siento cercana. No solo por los años sino por su sensibilidad. Nos gustan las mismas peliculas y libros. Apoyo 100% esta novela. Me gustaron los cuentos de la Pepy y me gustó Anita en la Zona y creo que esta novela llega justo a tiempo. A pesar de su titulo, es una novela de invierno. Es distimica. Es femenina. Aparece Heyne en un cameo. Le hice una frase para el afiche. Ojala la lean. Ahora quizas trabajemos un guión juntos. Maria Jose Viera-Gallo tiene algo oriental, como una cinta de Tsai Ming-Liang pero en mujer. No sé, me gusta. No es la tipica "literatura femenina" que es de "género" sino simplemente es una voz. Su voz. Leanla.

Algunos cosas q subrayé:

"He escuchado decir cosas peores sobre mí: que soy simplemente una perra, y otras mejores: que tengo los ojos de Bette Davis. Sus calificativos, feos o lindos, me tienen sin cuidado. Lo que cuenta en esta vida es lo que uno dice a sí mismo. Ahí no hay manera de mentirse".

"Es reconfortante saber dónde van a veranear los demás cuando uno se queda en Santiago. Es como si uno se fuera con ellos".

aqui va una entrevista q salio este pasado viernes:

ENTREVISTA A MARÍA JOSÉ VIERA-GALLO
Verano caliente

Viernes 21 de abril de 2006


Con "Verano robado", su primera novela, esta joven periodista y escritora vuelve sobre el mundo adolescente tratado en sus cuentos, pero también habla de las debilidades y excesos de una sociedad que no se decide a madurar.


MARÍA TERESA CÁRDENAS

"De eso se trata la vida al final, de descubrir cuál es tu propio secreto", dice Livia Spector, una adolescente de 17 años abandonada a su suerte en un Santiago caluroso y fantasmal. O más bien en Ñuñoa, uno de los pocos reductos de la memoria de una capital en frenética transformación. Con el doble de la edad de su protagonista, María José Viera-Gallo dice haber descubierto su secreto y cree que hay que escribir en base a él. "Uno puede pretender muchas cosas escribiendo, pero la gracia es hacerse más vulnerable, meter un poquito el dedo en esa llaga que te ha acompañado desde que naciste y que quizás siempre te va a acompañar".

Hace cuatro años vive en Nueva York; antes estudió literatura en la Sorbonne y sólo a los catorce llegó a Santiago desde Italia con su familia, una vez concluido el exilio de su padre, José Antonio Viera-Gallo. Más de la mitad de la vida fuera del país, pero su foco de atención está puesto en Chile, en el tipo de sociedad que se ha construido, en los personajes que la conforman y aquellos que están en los márgenes. Lejos de la teoría, María José habla desde sus propias vivencias y sobre todo desde la observación y el buen oído, dos condiciones que le son tan naturales como el humor, pero que sin duda se le han agudizado con el periodismo, carrera que estudió en la Universidad Católica, después de tres años de literatura. Una época en que además participó en la Zona de Contacto con sus cuentos y con la columna de Anita Santelices, una adolescente ingenua y de buena familia que reveló todas sus experiencias en ese espacio.

Y si bien sus personajes siguen habitando el mundo de la adolescencia, también la sociedad y muchos adultos retratados en las páginas de Verano robado (Alfaguara) parecen no poder salir de esa edad.

- ¿Fue necesario crecer para escribir esta novela?

- Uno puede escribir siendo adolescente sobre la adolescencia, y te puede salir instantáneo y sincero, pero yo sentí que esto no era tan confesional. Yo quería escribir una novela con una estructura más bien clásica y con personajes, y eso lo pude hacer ahora recién, concentrarme más en cómo lo quería decir. El qué ya lo tenía. En el fondo, yo escribo un libro sobre este personaje que tiene 17 años, porque siento que es la edad que tengo atrás. No sé si en este minuto podría escribir sobre los 30, me da lata, lo tengo muy encima. En general, yo creo que me demoro en procesar las cosas. El primer borrador lo escribí hace diez años y después lo dejé porque sentí que me había tirado muy rápido a hacer una novela, creyendo que era súper fácil, como escribir un cuento largo.

- ¿Qué aprendizajes fueron importantes en ese período?

- La concentración. Yo creo que es difícil escribir a los 20 años, de verdad. Es mucho más fácil agarrar una guitarra y hacer una canción, o tomar tu cámara de video y grabar un cortometraje con tus amigos. Yo escribía todo el tiempo, pero ordenarme y concentrarme y tener una rutina, sólo lo pude hacer ahora. Para escribir esta novela yo tuve que encerrarme. Es normal, todos los escritores lo hacen, pero me costó llegar a ese punto. Quizás hay un poco más de madurez.

- ¿Y en qué se tradujo esa madurez?

- Antes tenía miedo de delatar cosas cuando escribía. Y ahora me solté no más, dije no importa perder un poco el pudor y también asumir que es ficción. Yo no estoy escribiendo mi vida, estoy escribiendo una historia particular con personajes. En la ficción todo te sirve y tampoco como escritor te puedes hacer cargo de todo. Siempre me acuerdo de una frase de Nietzsche que dice que tienes que escribir como si estuvieras escuchando en voz alta lo que estás escribiendo, o sea tienes que imitar la realidad. Ésa era mi única regla al escribir, escribir los diálogos o contar una situación tal como si yo lo estuviera escuchando o viendo. Para mí no tiene interés contar mi vida. Ahora hay todo este boom de la no ficción, pero la ficción va a seguir siendo súper poderosa y bonita; cuando uno lee es como ir al cine, yo siempre voy a preferir la ficción al documental.

- ¿Por qué subrayas en tu libro la diferencia entre una adolescente "con" problemas y una adolescente "en" problemas?

- Si tienes 17 años y te has salido un poco de la norma, eres un adolescente con problemas. O sea, los problemas son tuyos, tú te estás equivocando frente a la sociedad, frente a tu familia, frente a tu vida. Nunca se piensa que hay muchos adolescentes que son víctimas de los problemas que los adultos les han inculcado. Si fumas marihuana, eres una adolescente con problemas, no eres una adolescente en problemas. Ahí está el caso de Hans Pozo, que yo he seguido por la prensa; él no era un adolescente con problemas, sino en problemas. Y hay momentos en que tu eres joven y el mundo adulto te agobia.

- ¿Fue eso lo que te llevó a escribir?

- Yo siempre me he sentido un poco adentro y afuera de la realidad, desde chica, como observando, y quizás una manera de acercarme a la realidad es escribiendo. Cuando era adolescente y vivía muchas cosas, también tenía como otro oído. Se me quedan grabadas cosas que he escuchado, que he visto, sensaciones, y cuando uno escribe una novela no sé como salen todas esas cosas y tú las ordenas de alguna manera. Pero yo creo que todos los escritores son un poco desadaptados.

- ¿Te ha ayudado la distancia para tener una mirada crítica sobre esta sociedad?

- Sí, porque cada vez que vengo a Chile hay cosas que me chocan, me deprimen, me hacen cuestionarme muchas cosas. Por un lado hay un frenesí y un ánimo de que estamos muy bien, de que vamos para arriba, pero lo que hay que asumir también es que detrás del progreso siempre hay un desgaste. A mí me interesa más hablar de la gente que se queda atrás, a la sombra, que de los personajes que encajan en el modelo y son felices porque tienen más autos. Si uno revisa la literatura americana en eso ha sido implacable, siempre ha estado para desmantelar un poco los efectos del progreso, entre comillas. Hay muchas capas dentro de una sociedad que avanza. Pero tampoco soy ideológica, en el sentido de decir el modelo capitalista está fallado, hay que cambiarlo. Por eso yo no hago una crítica intelectual, son pequeñas cosas que te hacen sentir quizás perdida.

- ¿Otra razón para elegir la voz de una adolescente?

- Hay muchos adolescentes que cuestionan la globalización, el consumismo, las multinacionales y lo hacen desde una mirada muy contemporánea que no tiene nada que ver con el clásico discurso de izquierda. Crecieron con eso y quieren otra cosa. Pero mi novela no es un tratado sobre estos temas, están ahí porque son parte de la vida de los personajes, del mundo en que les tocó vivir, y lo que importa es lo que ellos sienten más que lo que piensan. Me interesan los personajes adolescentes porque a esa edad no hay moderación en nada de lo que sientes. Todo lo vives con gran intensidad y riesgo, y por lo mismo, todo es presente, lo que hace que después la recuerdes como una edad hecha de momentos.

- Da la impresión de que la tuya es una crítica con afecto.

- Sí, porque hay cosas que de un día a otro han cambiado en Chile y las puedes notar en la rutina. Es imposible no sentir afecto si tú caminabas por una calle y había una casa, como la de mi abuela, en Providencia, y tú vuelves a caminar por esa calle y hay una torre de Banmédica o de un seguro de vida. Hay cosas que se construyen y se destruyen en este país todo el rato. Quizás en veinte años más nadie se va a dar cuenta, porque vamos a estar viviendo en una ciudad rodeada de rascacielos y la memoria no va a estar. Pero yo tengo memoria, yo viví acá, en un Santiago distinto, y me choca. Escucho el martillo.

- ¿Ñuñoa todavía escapa un poco a eso?

- Yo estudié en el Campus Oriente y pasé casi siete años dando vueltas por ese barrio, almorzando, tomando cervezas con mis compañeros, muchos amigos míos vivían en Ñuñoa. Es un barrio que se puede haber tratado bastante en la literatura chilena, pero yo lo siento cercano; y tiene esa cosa de que intenta ser una especie de aldea y de resistirse un poco al cambio que está sufriendo el resto de Santiago, y pienso que hay buenos personajes en ese barrio. Es que esta ciudad está llena de contradicciones, por un lado está el Starbucks Café y por otro sigue el viejo con la carretilla galopando. A mí me interesan esos contrastes. Yo no sé si están reflejados en el libro, pero son imágenes que se me quedan y, sí, hay gente loser, la palabra ya no me gusta pero no sé cómo decirlo de otra manera; está lleno de ganadores, pero también está lleno de gente que se quedó viviendo tal como hace veinte años y no se subió al barco. Aquí las diferencias se marcan mucho. Entre los mismos adolescentes, el que tiene iPod es cool y el que no tiene es no sé qué. Es un modelo más gringo, muy competitivo.

- ¿Y te gusta vivir en Nueva York?

- Sí, me encanta, creo que me sirvió mucho para escribir este libro, porque siempre estaba pensando en Chile y además no sé por qué, pero acá yo me siento como más aplastada, más temerosa de mostrarme. En cambio Nueva York es una ciudad muy suelta, donde cada uno hace lo que quiere, dice lo que quiere y las cosas no tienen tanto peso. Nada produce escándalo, lo que es bueno. Y es una ciudad que tiene mucha energía; a pesar de que estuve todo el año pasado medio encerrada escribiendo, me bastaba ir a la esquina y hablar con el tipo del almacén para sentirme con sangre nueva. Yo creo que es una buena ciudad para escribir, no tanto quizás para pensar, porque es muy agotadora, pero sí para ponerte activo y hacer cosas.

- Para Livia, no hay manera de mentirse a uno mismo, pero varios personajes de tu novela reflejan lo contrario.

- Yo creo que hay mucha evasión y mucha apariencia y mucho definirse a través de tus gustos. O sea, dime el disco que escuchas y te diré quién eres, dime el libro que lees y te voy a escanear tu personalidad. Lo de mentirse o no mentirse es una pregunta que yo en realidad descubrí leyendo a Salinger. Siempre me interesó cómo sus personajes adolescentes se planteaban en un contexto que era cínico y trataban de trascender a eso. Es como la búsqueda de la sinceridad y de algo puro. Y son preguntas que uno se hace a esa edad porque está menos contaminado. Es un clásico, ¿no?, desde todos los siglos de la literatura ha habido personajes que chocan con su entorno, porque son puros y sienten que lo otro está mal.

- No es la primera vez que aparecen estas especies de ángeles en lo que escribes, como Dangil, el hermanastro de Livia.

- Yo no tengo conciencia de eso, pero ahí están, aparecen. Y también en la vida real me he encontrado con ángeles, o sea con personas que uno las ve y están como recortadas. Son amigos que he tenido; o mi hermana chica, siempre sentí que tenía una luz propia.

- ¿Era tu propósito salvar a Livia?

- Yo escribí esto con mucho cariño a Livia, y sentí que ella tenía que, en algún minuto, sonreír y estar bien. Basta que haya un momento feliz para que tú seas feliz, sobre todo a esa edad, sobre todo después de haber tenido muchos momentos malos. La inocencia de Livia fue interrumpida de manera violenta y durante el libro busca reencantarse. Ahí me sale mi cultura cristiana católica, no soy del todo nihilista.

- En tu libro también hay una crítica a la impostura intelectual, por ejemplo cuando hablas de "esa librería al frente del cerro Santa Lucía donde va la gente inteligente a comprar libros inteligentes".

- Es que a mí me dan risa los intelectuales que además se creen intelectuales. Pero también siento que hay una clase de intelectuales que a uno le dan miedo, porque son los que dictaminan lo que es valioso y no valioso, y en ese sentido es mejor reírse que sentirse afectada. Yo no le tengo mucho respeto a la grandilocuencia intelectual. Pero aparentar plata o buen gusto o cosas materiales me parece mucho más patético que aparentar sabiduría.

- ¿Con "Verano robado" quisiste también rendir un tributo a Jean-Luc Godard?

- Mi hermana que es editora de cine, me mostró por primera vez "Sin aliento". Debo haber tenido como 19 años. Tuve la impresión de ver una película completamente fuera de las normas. Tiene una energía rockera que perdura hasta hoy. Viendo a Godard y las películas de la nouvelle vague, siempre me dan ganas de escribir.

- ¿Y Livia, por qué se oculta usando el nombre de Patricia Franchini?

- En esa película, Godard tiene algo como light, agradable, que es un poco lo que ella busca en la vida. Tiene que ver con la identidad, con querer ser otro y poder ser otro en algún momento, para protegerse, para soportarse más a sí mismo. Yo siento que hoy en día todo el mundo es demasiado sí mismo, si tú lees los blogs, está todo tan desenmascarado, tan como ME VENDO, ESTOY ENTERA. En el arte también hay mucho de confesional. A mí me gusta más el juego de máscaras.

INICIACIÓN

- ¿Qué valor le das a los talleres de la Zona de Contacto en tu aprendizaje?

- Mucho, yo creo que toda mi formación pop viene de los años 90 y la Zona de Contacto fue un momento en que te avalaron escribir y contaminar tu escritura con cualquier cosa que fuera pop. Hubo un quiebre en la literatura; para mí, un avance. Se hizo inevitablemente más contemporánea, a pesar de los conflictos y mucho más allá de la calidad de cada obra. En los 90 pasaron muchas cosas, estaba la música, hubo una efervescencia de toda la gente de mi generación que habíamos vivido en la sombra de la dictadura. Además, yo siempre me he sentido más cercana a la música, tengo amigos músicos, siempre voy a recitales. Entonces hay escritores que yo conocí en los talleres de la Zona con los cuales en vez de estar hablando de un libro estábamos intercambiando discos. Con Hernán Rodríguez Matte, Pancho Ortega, el mismo Alberto Fuguet fue bien alentador en eso, escribe lo que te dé la gana.

- ¿Crees que quedaste muy estigmatizada con la columna de Anita Santelices?

- Sí. Como estaba firmada con seudónimo, la gente tendía a mezclar. Los que me conocen sabían que tenía mucho de ironía, pero muchas otras personas se confundían y hasta me decían Anita. Ya, para.

- ¿Qué importancia tuvo ese personaje en la creación de Livia?

- Yo quise hacer el antónimo de la Anita. De verdad; lo que pasa es que Anita para mí fue algo importante, y siempre tuve la fantasía de escribir una Anita B, como Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo. Es un poco el reverso de ella. Separé totalmente las historias, pero yo me propuse escribir un personaje más dark, más oscuro. Quizás tiene más que ver conmigo que Anita.

- Pero es oscuro más por las cosas que le pasan que por ella misma.

- Sí, no lo pude evitar. Soy una nerd.

En internet

Anticipo de la novela en: http://diario.elmercurio.com/_portada/revista_de_libros.asp

Saturday, April 01, 2006

La ciudad de los angeles caidos


Creo que supere mi adiccion Fante. Fante, como Bukowski, son adictivos y, quizas como todos los buenos escritores, o aquellos que sólo escribren sobre ellos, terminan al final agotando. Como un amigo al que uno quiere pero al que no desea ver por un tiempo xq siempre te cuenta el mismo problema. Aun así, la pasé muy bien con Fante y estoy listo y preparado para esperar la version de Robet Towne de ASK THE DUST.



algunas frases al azar sobre esta novela tan intensamente sobre Los Angeles, ciudad q no se ha escrito tanto como se merece, pero que ha concitado la mirada de gente clave: como Hammet, Chandler, Easton Ellis y, claro, Fante.


I went up to my room, up the dusty stairs of Bunker Hill, past the soot-covered frame buildings along that dark street, sand and oil and grease choking the futile palm trees standing like dying prisoners, chained to a little plot of buildings and old people sitting at windows, old people tottering out of doors, old people moving painfully along the dark street.

All of this land and this sea belongs to you. All of California. There is no California, no Los Angeles, no broken, uprooted people from the East, no fancy boulevards. This is your beautiful land with the desert and the mountains and the sea...



I sat in a dream of delight, an orgy of comfortable confidence: the world was so big, so full of things I could master. Ah, Los Angeles! Dust and fog of your lonely streets, I am no longer lonely. Just you wait, all of you ghosts of this room, just you wait, because it will happen yet...

Bestias... basado en la novela de Alfredo Sepulveda...

...Las Muchachas Secretas
pronto.. o no tan pronto....
pero es una idea, una idea q me intriga
adaptar un libro, lo sé, puede ser tan o más personal que inventar una historia cualquiera

de pronto, todos los libros son peliculas
peliculas q deseo dirigir, escribir, adaptar
hay tantos libros que quisiera adaptar
hay tanto libros que quisiera escribir y que, no se, quizás, me adaptaran



en todo caso, aqui va una entrevista a mi amigo Alf q le hice cdo publico su primera novela

sábado 23 de octubre de 2004

Alfredo Sepúlveda lanza su primera novela

Chico bueno, barrio bravo

Sepúlveda es el tipo de escritor que hace falta, que nos puede salvar de la nueva farandulización de la literatura. Sepúlveda es el tipo de escritor que escribe y no habla, que mira y no posa, que quiere escribir historias más que relatar anécdotas, que cree que la literatura se basa más en los buenos personajes que en transformarse en personaje. Aquí, el editor de Wikén y autor del libro de cuentos Sangre Azul conversa con Alberto Fuguet sobre su primera novela, Las muchachas secretas.

Por Alberto Fuguet

PRÓLOGO:

Alfredo Sepúlveda es algo obsesivo en esto de la ética periodística. De hecho le incomodó que la editora de Revistas de El Mercurio me asignara para que yo lo cubriera. Pero después dijo por qué no. Yo también. Hemos visto cosas peores en los medios.

La razón de todas estas dudas es que Alfredo Sepúlveda es amigo mío, fue algo así como mi alumno (en la Zona de Contacto, suplemento que él terminó dirigiendo) y fue o es mi jefe esporádico. Alfredo es el editor del Wikén, que, por cierto, aparece un día antes que esta revista en este mismo diario. O sea, Alfredo Sepúlveda, un tipo esencialmente casero, es de la casa. De esta casa periodística. Yo también lo siento parte de la casa. No sé qué significa exactamente eso, pero supongo que tiene que ver con que lo siento cercano, le tengo afecto y me cae bien. Además, lo admiro. Después de este libro, de esta novela, aún más. Quizás Alfredo Sepúlveda es de la casa pero este artículo tiene por objetivo que tú, el que está leyendo esto, tengas Las muchachas secretas, su nueva novela, en TU casa. ¿Queda claro?

INICIO:

Después que Alfredo Sepúlveda lanzó Sangre azul, su primer libro de cuentos y se enfrentó al éxito literario (bueno, a eso que algunos llaman éxito literario ­lanzamiento bizarro, prensa, matinal de la tele con Vivado, escalar la lista de los más vendidos, segunda edición a las tres semanas), intentó sacar otro libro. Ya conocemos la historia: escritor joven intenta repetir el gol. Pero se arrepintió. Para qué, pensó. Si Alfredo Sepúlveda no fuera Alfredo Sepúlveda hubiera escrito una novela acerca de cómo no escribió una novela. Se hubiera perdido entre las drogas y los viajes y capaz que hubiera terminado en Barcelona o algún sitio peor. Pero no. Para que ustedes lo conozcan más, es clave tener en cuenta que Alfredo Sepúlveda quizás cubre espectáculos, pero no los da.

A Alfredo le bajó la obsesión por el periodismo justo después que abandonó el periodismo por la literatura. "Cuando salió Cuentos con Walkman, donde había varios cuentos míos, fue la raja. En esa época, escribir cuentos era como salir en teleseries. Todos te leían. Cuando saqué Sangre azul, aún la gente leía. Pero me parece que cada vez menos".

Alfredo Sepúlveda se fue a Nueva York no porque el país le quedaba chico o deseaba triunfar allá. No fue a tratar de infiltrarse en el mundo de la literatura. Alfredo Sepúlveda quiso ir a la Gran Manzana (a la ciudad que creó, alimenta y lee The New Yorker) porque quería estudiar periodismo. Esto, claro, sorprendió a sus pares. Alfredo Sepúlveda, recién casado, rechazó una invitación para ir a Iowa a reescribir cuentos y emborracharse en medio de la nieve, y la cambió por un año de reportero en Ciudad Gótica. "Yo me aburriría estudiando literatura. No entiendo qué puede hacer uno, de verdad, en los siete años que dura la beca para estudiar el símbolo del laberinto en los cuentos de Borges. Yo quería algo que no me encerrara en un departamento enano. Aunque bueno, viví en uno así de todas maneras. Quise estudiar algo que me permitiera conocer la ciudad. Me parecía que era una mejor manera de gastar el tiempo, la plata y la energía... "

Alfredo apostó por la Universidad de Columbia. Alfredo cree que fue una buena apuesta.

­Mejoré como periodista y, al final, tampoco desaparecí como escritor. He vuelto.

­¿No bastaba con haber escrito un solo libro? Un libro de culto, de tu época de joven.

­¿A lo Andrés Allamand?

­Por ejemplo.

­No. Te voy a decir algo cliché, me gusta el buzz ­el ruido, la expectación­ respecto de publicar y ser leído. Soy de la idea que un libro no existe, no se arma, hasta que lo lee otro. Otros. Los otros. Me acuerdo de la paranoia de Adolfo Couve. ¿Te acuerdas de esa comida surrealista en la casa de Ana María Palma, en Buenos Aires, hace miles de años?

­Sí. La entonces agregada cultural. Muy raro todo. Era por la feria del libro, ¿no?
Ahí estaba Couve, semanas antes que se suicidara. Sí. Aunque ojo con este tipo de declaraciones porque pueden sonar un poco pedantes y cuicas y ultraliterarias.

­Esta lo sería de no ser porque es la única fiesta literaria a la que me han invitado.

­No te pierdes mucho.

­Me llegó una invitación a última hora. Iba de reemplazante de otro escritor.

­¿Quién?

­Alguien. Me dieron una pieza en un hotel de un par de estrellas en la calle Corrientes. Al menos viajé por Sangre azul. Lo curioso es que nadie sabía quién era. Me decían: tú eres de la embajada y yo decía no, soy escritor. Después se daban vuelta y se ponían a hablar con otros.

­En las fiestas literarias no se habla de libros sino de contratos.

­En esa época no lo sabía. Pero vuelvo a Couve. ¿Te acuerdas lo que nos dijo?

­Sí. Que le daba pánico que lo leyeran.

­Exacto. Que su peor pesadilla era que, una noche, al mismo tiempo, miles de personas lo leyeran y que, a medida que lo iban leyendo, le iban chupando la sangre hasta dejarlo vacío, muerto. Ésa era su pesadilla.

­Pero es una pesadilla, digamos, exitosa... Una pesadilla más real es que no pase nada. Que no te lean. ¿Te da miedo eso?

­No, porque no aspiro a tanto. El buzz, además, no te lo quita nadie. Yo creo que uno lo hace por eso, o sea, ojalá que después uno cree lectores, que se te acercan en la calle por lo que has escrito, me encantaría hacer eso, pero creo que viene después. La peor pesadilla no es que no te lean, es no poder escribir.

­¿Cómo crees que te van a tratar? ¿Te importa el tema?

­No sé cómo me van a tratar y el tema me importa relativamente, para qué te voy a engañar con que no me importa. Está el fantasma de haber sido, cuando chico, parte de la Zona de Contacto, de Cuentos con Walkman, todo eso. Para el mundo cultural oficial parece ser un estigma y un prejuicio. Puedes ser de la Dina, de la CNI, de la CIA o del MIR, pero no de la Zona. En todo caso, no hay mucho que yo pueda hacer. Pero nada. Han pasado diez años de eso y todos estamos más viejos y la verdad, sin renegar del pasado, yo me gusto más a mí mismo como soy ahora.

­¿Es mejor publicar a los 35 que a los 25?

­Ahora tengo menos ansiedad. A los 25 estás en la cresta de la ola, pero en realidad no es tan importante que te patee la polola. Puede ser muy respetable, pero es un tema universal que es parte del crecimiento no más. A los 35 me interesa escribir sobre cosas más allá de que me pateó mi polola y creo que en este libro lo he logrado.

MEDIO:

Alfredo Sepúlveda, prefiero decirlo de inmediato, es el tipo de escritor que hace falta, que nos puede salvar de la nueva farandulización de la literatura. Sepúlveda (no confundir con el otro Sepúlveda, Luis: "Una vez en Columbia, como al tercer día de clases, un compañera francesa estupenda se me acerca y me dice con notorio entusiasmo... 'Sepúlveda, chileno, escribes, tú eres... '. Y yo: 'lo siento, no, no soy') es el tipo de escritor que ­cosa rara­ escribe y no habla, que mira y no posa, que quiere escribir historias más que relatar anécdotas, que cree que la literatura se basa más en los buenos personajes que en transformarse en personaje. Literariamente, esto es bueno. Pero es malo para el marketing.

­Igual... mira, yo algo de culpable soy. No puedo sustraerme a que soy editor de una revista, aún cuando es una revista decente, que no se dedica al tema de quién se acuesta con quién. En esto tengo que dividirme totalmente, claro. Porque los medios también quieren escribir sus propios cuentos, y como no pueden reproducir el libro entero, hay que tener historias buenas para contar. Ahora, si me permites la infidencia, es la diferencia entre un comunicado de relaciones públicas y una gran historia de periodismo narrativo. Por eso no basta que un actor sea buen actor, que un director dirija bien, que un autor escriba buenos cuentos. La prensa quiere que él o ella tengan un cuento aparte: el de sus vidas.

­¿Y tú no lo tienes?

­Sí, claro, pero no estoy dispuesto a entregarlo. Si empiezas a bucear en cualquier persona, todos podemos llegar a ser portadas con unas historias de la puta madre, el punto es cuántos queremos ser portada. Hay un costo que no sé si se estoy dispuesto a asumir.

­Por otro lado, el costo que implica no ser así no es tan grande.

­Supongo que es vender menos.

­¿Y eso es tan malo?

­No, para nada. Es mejor tener lectores de verdad que turistas que están de paso. Mira: Sangre Azul, un libro viejo, sobre hinchas de fútbol, con más olor a bolas que a rosas, aún es recordado con cierto cariño por más gente de la que jamás soñé. Sé que Las muchachas secretas no es un libro lindo, y eso deja fuera a muchos lectores que buscan historias lindas. Pero también hay gente que quiere otra cosa. No sé. Además, yo no estoy tan carente de afecto como para querer ser el centro de la discusión del país.

­¿Y qué dirían de ti? ¿Cuál es tu persona?

­Nada. La última vez que fui a un lugar donde la gente paga por entrar a bailar fue en 1995, cuando saqué Sangre Azul. Visto así, soy un tipo fome, aburrido, sin onda. ¿Y? Dilo. Es verdad. Soy fome y qué. Pero afortunadamente hace muchos años que salí de cuarto medio.

­¿Un escritor no puede ser fome?

­Ya no. Pero qué le voy a hacer. Me gusta la imagen de Vargas Llosa en el colegio, riéndose con los compañeros. No era el más popular pero era el que escribía cuentos de minas en pelota para sus compañeros. Esa función me parece interesante y válida.

­Relájate: a veces la gente en apariencia más aburrida es la que tiene las mejores historias. Es la gente más misteriosa.

­Puede ser. Pero habla poco de mí y habla más del libro.

­OK. De qué se trata.

­Chis. Esa es la típica pregunta del periodista que no ha leído el libro.

­¿Quizás por eso es tan clave lo otro, lo extra? Pero dime, ¿de qué se trata?

­De cómo te vas construyendo, de cómo te vas haciendo. Cómo tomas el control de ti mismo y te vas transformando en adulto. De eso se trata mi libro.

FINAL:

Alfredo Sepúlveda es un tipo tranquilo, bueno, sano, tímido, educado pero cuando escribe se transforma. Su mente de chico bueno se transforma en una cloaca. Alfredo deja de hablar como el director recién duchado de Wikén y pasa a expresarse como un estibador. Como un carretonero, con mis más altos respetos para el gremio, dice él, riéndose, orgulloso de su moral pichanguera, donde el garabato no sólo es un verbo, es la manera más emocional que tienen sus personajes para expresarse. No es casualidad que su cuento más emblemático, uno que quizás con el tiempo se transforme en un clásico, se llame Bestias.

­Ojo: ya no soy tan bestia. Soy un padre de familia. No quiero quedar como un tipo que dice brutalidades, porque en realidad soy un tipo tranquilo, piola.

­¿Fome?

­Sí, fome.

­No te creo. Si escribes como bestia, si escribes de bestias, algo de bestia tendrás.

­Sí, supongo. Pero sólo cuando escribo. Mi vida ahora es como muy normal.

­A lo Flaubert.

­¿El dueño de ese café ABC1 de Providencia?

­Trata de ser lo más normal posible para ser lo más loco posible por escrito. Algo así. Quizás dijo burgués en vez de normal.

­That's me. Ah. Y sé quién es Flaubert. La educación sentimental.

­Al final, uno de los grandes temas.

­Sí. Las muchachas secretas es la educación sentimental de un grupo de tipos que no tienen ni educación ni sentimientos.

­Como casi todo el país. Los que ven Morandé con Compañía.

­¡Pero si yo lo veo! No todo el tiempo, pero lo veo y me río. Sí. Mira: Carlos Pinto podría filmar esto. Aquí hay incesto, paralíticos, chuchas de su madre, hay torturadores buena onda, maníacas buenas para el... Es un libro que prefiero que mi abuelita no lea, porque me da vergüenza. Pero por otra parte, no puedes pensar en las abuelitas cuando escribes. Yo acá pensé sólo en los personajes.

­Subscribes la teoría de que si a uno no le da vergüenza algo no funciona.

­Sí. Y soy lo suficientemente bestia como para publicarlo.

Las muchachas secretas es puro Sepúlveda y, como tal, no es un libro que puedan leer así como así, las muchachas. Las muchachas secretas es, de alguna manera, Las vírgenes suicidas local, donde un grupo de muchachos pajeros y bestiales se obsesiona, al igual que sus padres, con una guapísima ninfómana ochentera de nombre Diana que deja a todo el barrio con las ánimos arriba y las esperanzas destrozadas.

­En el fondo, esto es bien raro, porque el libro, si lo hubiera escrito pensando en alguien, cosa que no hice, sería para tipos que que creen que es de maricones leer o escribir.

­Ya, pero esos tipos no leen.

­Bueno, alguien tuvo que comprar Sangre azul. Están por ahi. Sé que hay un grupo de lectores que no tiene look, que tiene espinillas, que es fome, pero cuyas vidas no son para nada despreciables ni fomes. Que podrían ser portada pero no quieren. Que les gusta leer libros donde hay gente parecida a ellos, donde hay escenas calientes.

­Y aquí sí las hay.

­Todo lo que sé es una mezcla de Harold Robbins y Vargas Llosa. Son los dos autores que uno necesita. Para qué más.