Saturday, April 01, 2006

Bestias... basado en la novela de Alfredo Sepulveda...

...Las Muchachas Secretas
pronto.. o no tan pronto....
pero es una idea, una idea q me intriga
adaptar un libro, lo sé, puede ser tan o más personal que inventar una historia cualquiera

de pronto, todos los libros son peliculas
peliculas q deseo dirigir, escribir, adaptar
hay tantos libros que quisiera adaptar
hay tanto libros que quisiera escribir y que, no se, quizás, me adaptaran



en todo caso, aqui va una entrevista a mi amigo Alf q le hice cdo publico su primera novela

sábado 23 de octubre de 2004

Alfredo Sepúlveda lanza su primera novela

Chico bueno, barrio bravo

Sepúlveda es el tipo de escritor que hace falta, que nos puede salvar de la nueva farandulización de la literatura. Sepúlveda es el tipo de escritor que escribe y no habla, que mira y no posa, que quiere escribir historias más que relatar anécdotas, que cree que la literatura se basa más en los buenos personajes que en transformarse en personaje. Aquí, el editor de Wikén y autor del libro de cuentos Sangre Azul conversa con Alberto Fuguet sobre su primera novela, Las muchachas secretas.

Por Alberto Fuguet

PRÓLOGO:

Alfredo Sepúlveda es algo obsesivo en esto de la ética periodística. De hecho le incomodó que la editora de Revistas de El Mercurio me asignara para que yo lo cubriera. Pero después dijo por qué no. Yo también. Hemos visto cosas peores en los medios.

La razón de todas estas dudas es que Alfredo Sepúlveda es amigo mío, fue algo así como mi alumno (en la Zona de Contacto, suplemento que él terminó dirigiendo) y fue o es mi jefe esporádico. Alfredo es el editor del Wikén, que, por cierto, aparece un día antes que esta revista en este mismo diario. O sea, Alfredo Sepúlveda, un tipo esencialmente casero, es de la casa. De esta casa periodística. Yo también lo siento parte de la casa. No sé qué significa exactamente eso, pero supongo que tiene que ver con que lo siento cercano, le tengo afecto y me cae bien. Además, lo admiro. Después de este libro, de esta novela, aún más. Quizás Alfredo Sepúlveda es de la casa pero este artículo tiene por objetivo que tú, el que está leyendo esto, tengas Las muchachas secretas, su nueva novela, en TU casa. ¿Queda claro?

INICIO:

Después que Alfredo Sepúlveda lanzó Sangre azul, su primer libro de cuentos y se enfrentó al éxito literario (bueno, a eso que algunos llaman éxito literario ­lanzamiento bizarro, prensa, matinal de la tele con Vivado, escalar la lista de los más vendidos, segunda edición a las tres semanas), intentó sacar otro libro. Ya conocemos la historia: escritor joven intenta repetir el gol. Pero se arrepintió. Para qué, pensó. Si Alfredo Sepúlveda no fuera Alfredo Sepúlveda hubiera escrito una novela acerca de cómo no escribió una novela. Se hubiera perdido entre las drogas y los viajes y capaz que hubiera terminado en Barcelona o algún sitio peor. Pero no. Para que ustedes lo conozcan más, es clave tener en cuenta que Alfredo Sepúlveda quizás cubre espectáculos, pero no los da.

A Alfredo le bajó la obsesión por el periodismo justo después que abandonó el periodismo por la literatura. "Cuando salió Cuentos con Walkman, donde había varios cuentos míos, fue la raja. En esa época, escribir cuentos era como salir en teleseries. Todos te leían. Cuando saqué Sangre azul, aún la gente leía. Pero me parece que cada vez menos".

Alfredo Sepúlveda se fue a Nueva York no porque el país le quedaba chico o deseaba triunfar allá. No fue a tratar de infiltrarse en el mundo de la literatura. Alfredo Sepúlveda quiso ir a la Gran Manzana (a la ciudad que creó, alimenta y lee The New Yorker) porque quería estudiar periodismo. Esto, claro, sorprendió a sus pares. Alfredo Sepúlveda, recién casado, rechazó una invitación para ir a Iowa a reescribir cuentos y emborracharse en medio de la nieve, y la cambió por un año de reportero en Ciudad Gótica. "Yo me aburriría estudiando literatura. No entiendo qué puede hacer uno, de verdad, en los siete años que dura la beca para estudiar el símbolo del laberinto en los cuentos de Borges. Yo quería algo que no me encerrara en un departamento enano. Aunque bueno, viví en uno así de todas maneras. Quise estudiar algo que me permitiera conocer la ciudad. Me parecía que era una mejor manera de gastar el tiempo, la plata y la energía... "

Alfredo apostó por la Universidad de Columbia. Alfredo cree que fue una buena apuesta.

­Mejoré como periodista y, al final, tampoco desaparecí como escritor. He vuelto.

­¿No bastaba con haber escrito un solo libro? Un libro de culto, de tu época de joven.

­¿A lo Andrés Allamand?

­Por ejemplo.

­No. Te voy a decir algo cliché, me gusta el buzz ­el ruido, la expectación­ respecto de publicar y ser leído. Soy de la idea que un libro no existe, no se arma, hasta que lo lee otro. Otros. Los otros. Me acuerdo de la paranoia de Adolfo Couve. ¿Te acuerdas de esa comida surrealista en la casa de Ana María Palma, en Buenos Aires, hace miles de años?

­Sí. La entonces agregada cultural. Muy raro todo. Era por la feria del libro, ¿no?
Ahí estaba Couve, semanas antes que se suicidara. Sí. Aunque ojo con este tipo de declaraciones porque pueden sonar un poco pedantes y cuicas y ultraliterarias.

­Esta lo sería de no ser porque es la única fiesta literaria a la que me han invitado.

­No te pierdes mucho.

­Me llegó una invitación a última hora. Iba de reemplazante de otro escritor.

­¿Quién?

­Alguien. Me dieron una pieza en un hotel de un par de estrellas en la calle Corrientes. Al menos viajé por Sangre azul. Lo curioso es que nadie sabía quién era. Me decían: tú eres de la embajada y yo decía no, soy escritor. Después se daban vuelta y se ponían a hablar con otros.

­En las fiestas literarias no se habla de libros sino de contratos.

­En esa época no lo sabía. Pero vuelvo a Couve. ¿Te acuerdas lo que nos dijo?

­Sí. Que le daba pánico que lo leyeran.

­Exacto. Que su peor pesadilla era que, una noche, al mismo tiempo, miles de personas lo leyeran y que, a medida que lo iban leyendo, le iban chupando la sangre hasta dejarlo vacío, muerto. Ésa era su pesadilla.

­Pero es una pesadilla, digamos, exitosa... Una pesadilla más real es que no pase nada. Que no te lean. ¿Te da miedo eso?

­No, porque no aspiro a tanto. El buzz, además, no te lo quita nadie. Yo creo que uno lo hace por eso, o sea, ojalá que después uno cree lectores, que se te acercan en la calle por lo que has escrito, me encantaría hacer eso, pero creo que viene después. La peor pesadilla no es que no te lean, es no poder escribir.

­¿Cómo crees que te van a tratar? ¿Te importa el tema?

­No sé cómo me van a tratar y el tema me importa relativamente, para qué te voy a engañar con que no me importa. Está el fantasma de haber sido, cuando chico, parte de la Zona de Contacto, de Cuentos con Walkman, todo eso. Para el mundo cultural oficial parece ser un estigma y un prejuicio. Puedes ser de la Dina, de la CNI, de la CIA o del MIR, pero no de la Zona. En todo caso, no hay mucho que yo pueda hacer. Pero nada. Han pasado diez años de eso y todos estamos más viejos y la verdad, sin renegar del pasado, yo me gusto más a mí mismo como soy ahora.

­¿Es mejor publicar a los 35 que a los 25?

­Ahora tengo menos ansiedad. A los 25 estás en la cresta de la ola, pero en realidad no es tan importante que te patee la polola. Puede ser muy respetable, pero es un tema universal que es parte del crecimiento no más. A los 35 me interesa escribir sobre cosas más allá de que me pateó mi polola y creo que en este libro lo he logrado.

MEDIO:

Alfredo Sepúlveda, prefiero decirlo de inmediato, es el tipo de escritor que hace falta, que nos puede salvar de la nueva farandulización de la literatura. Sepúlveda (no confundir con el otro Sepúlveda, Luis: "Una vez en Columbia, como al tercer día de clases, un compañera francesa estupenda se me acerca y me dice con notorio entusiasmo... 'Sepúlveda, chileno, escribes, tú eres... '. Y yo: 'lo siento, no, no soy') es el tipo de escritor que ­cosa rara­ escribe y no habla, que mira y no posa, que quiere escribir historias más que relatar anécdotas, que cree que la literatura se basa más en los buenos personajes que en transformarse en personaje. Literariamente, esto es bueno. Pero es malo para el marketing.

­Igual... mira, yo algo de culpable soy. No puedo sustraerme a que soy editor de una revista, aún cuando es una revista decente, que no se dedica al tema de quién se acuesta con quién. En esto tengo que dividirme totalmente, claro. Porque los medios también quieren escribir sus propios cuentos, y como no pueden reproducir el libro entero, hay que tener historias buenas para contar. Ahora, si me permites la infidencia, es la diferencia entre un comunicado de relaciones públicas y una gran historia de periodismo narrativo. Por eso no basta que un actor sea buen actor, que un director dirija bien, que un autor escriba buenos cuentos. La prensa quiere que él o ella tengan un cuento aparte: el de sus vidas.

­¿Y tú no lo tienes?

­Sí, claro, pero no estoy dispuesto a entregarlo. Si empiezas a bucear en cualquier persona, todos podemos llegar a ser portadas con unas historias de la puta madre, el punto es cuántos queremos ser portada. Hay un costo que no sé si se estoy dispuesto a asumir.

­Por otro lado, el costo que implica no ser así no es tan grande.

­Supongo que es vender menos.

­¿Y eso es tan malo?

­No, para nada. Es mejor tener lectores de verdad que turistas que están de paso. Mira: Sangre Azul, un libro viejo, sobre hinchas de fútbol, con más olor a bolas que a rosas, aún es recordado con cierto cariño por más gente de la que jamás soñé. Sé que Las muchachas secretas no es un libro lindo, y eso deja fuera a muchos lectores que buscan historias lindas. Pero también hay gente que quiere otra cosa. No sé. Además, yo no estoy tan carente de afecto como para querer ser el centro de la discusión del país.

­¿Y qué dirían de ti? ¿Cuál es tu persona?

­Nada. La última vez que fui a un lugar donde la gente paga por entrar a bailar fue en 1995, cuando saqué Sangre Azul. Visto así, soy un tipo fome, aburrido, sin onda. ¿Y? Dilo. Es verdad. Soy fome y qué. Pero afortunadamente hace muchos años que salí de cuarto medio.

­¿Un escritor no puede ser fome?

­Ya no. Pero qué le voy a hacer. Me gusta la imagen de Vargas Llosa en el colegio, riéndose con los compañeros. No era el más popular pero era el que escribía cuentos de minas en pelota para sus compañeros. Esa función me parece interesante y válida.

­Relájate: a veces la gente en apariencia más aburrida es la que tiene las mejores historias. Es la gente más misteriosa.

­Puede ser. Pero habla poco de mí y habla más del libro.

­OK. De qué se trata.

­Chis. Esa es la típica pregunta del periodista que no ha leído el libro.

­¿Quizás por eso es tan clave lo otro, lo extra? Pero dime, ¿de qué se trata?

­De cómo te vas construyendo, de cómo te vas haciendo. Cómo tomas el control de ti mismo y te vas transformando en adulto. De eso se trata mi libro.

FINAL:

Alfredo Sepúlveda es un tipo tranquilo, bueno, sano, tímido, educado pero cuando escribe se transforma. Su mente de chico bueno se transforma en una cloaca. Alfredo deja de hablar como el director recién duchado de Wikén y pasa a expresarse como un estibador. Como un carretonero, con mis más altos respetos para el gremio, dice él, riéndose, orgulloso de su moral pichanguera, donde el garabato no sólo es un verbo, es la manera más emocional que tienen sus personajes para expresarse. No es casualidad que su cuento más emblemático, uno que quizás con el tiempo se transforme en un clásico, se llame Bestias.

­Ojo: ya no soy tan bestia. Soy un padre de familia. No quiero quedar como un tipo que dice brutalidades, porque en realidad soy un tipo tranquilo, piola.

­¿Fome?

­Sí, fome.

­No te creo. Si escribes como bestia, si escribes de bestias, algo de bestia tendrás.

­Sí, supongo. Pero sólo cuando escribo. Mi vida ahora es como muy normal.

­A lo Flaubert.

­¿El dueño de ese café ABC1 de Providencia?

­Trata de ser lo más normal posible para ser lo más loco posible por escrito. Algo así. Quizás dijo burgués en vez de normal.

­That's me. Ah. Y sé quién es Flaubert. La educación sentimental.

­Al final, uno de los grandes temas.

­Sí. Las muchachas secretas es la educación sentimental de un grupo de tipos que no tienen ni educación ni sentimientos.

­Como casi todo el país. Los que ven Morandé con Compañía.

­¡Pero si yo lo veo! No todo el tiempo, pero lo veo y me río. Sí. Mira: Carlos Pinto podría filmar esto. Aquí hay incesto, paralíticos, chuchas de su madre, hay torturadores buena onda, maníacas buenas para el... Es un libro que prefiero que mi abuelita no lea, porque me da vergüenza. Pero por otra parte, no puedes pensar en las abuelitas cuando escribes. Yo acá pensé sólo en los personajes.

­Subscribes la teoría de que si a uno no le da vergüenza algo no funciona.

­Sí. Y soy lo suficientemente bestia como para publicarlo.

Las muchachas secretas es puro Sepúlveda y, como tal, no es un libro que puedan leer así como así, las muchachas. Las muchachas secretas es, de alguna manera, Las vírgenes suicidas local, donde un grupo de muchachos pajeros y bestiales se obsesiona, al igual que sus padres, con una guapísima ninfómana ochentera de nombre Diana que deja a todo el barrio con las ánimos arriba y las esperanzas destrozadas.

­En el fondo, esto es bien raro, porque el libro, si lo hubiera escrito pensando en alguien, cosa que no hice, sería para tipos que que creen que es de maricones leer o escribir.

­Ya, pero esos tipos no leen.

­Bueno, alguien tuvo que comprar Sangre azul. Están por ahi. Sé que hay un grupo de lectores que no tiene look, que tiene espinillas, que es fome, pero cuyas vidas no son para nada despreciables ni fomes. Que podrían ser portada pero no quieren. Que les gusta leer libros donde hay gente parecida a ellos, donde hay escenas calientes.

­Y aquí sí las hay.

­Todo lo que sé es una mezcla de Harold Robbins y Vargas Llosa. Son los dos autores que uno necesita. Para qué más.