Saturday, January 21, 2006

from Puerto Rico---epicentro McOndo




McOndo me va a perseguir toda mi vida. A veces me arrepiento, pero solo cuando, claro, me atacan. Pero lo defiendo. Yo creo que, de verdad, exageraciones y reduccionismos aparte, yo al menos vivo en McOndo. En todo caso, el concepto, no me parece raro, se entiende mejor afuera. Me tocó dar una entrevista con Elidio La Torre Lagares, por mail. La nota quedó muy buena. No sólo porque yo me sentí cómodo y cercano con lo que dije (algo que sucede poco) sino xq me gustó la forma como armó Elidio la nota, como la redacto. Es como un cuento. No es raro que Elidio, ahora que lo pienso, es de Puerto Rico, un sitio en extremo McOndo.

La foto no es de San Juan sino del centro de Santiago. SCL puede ser todo lo que uno quiere. Puede, sin duda, ser un trozo de McOndo o un set de un film de Fritz Lang


El ‘McOndo’ de Alberto Fuguet

Jueves, 17 de noviembre de 2005

Por Elidio La Torre Lagares


Aquí Blacamán el bueno ya no vende milagros y Melquíades el mago ya no tiene credibilidad.
Este es el mundo de McOndo, que no es un punto geográfico en un mapa, sino que es, ante la caída de las utopías, una actitud o estado del ser. Tan es así, que el creador del concepto, Alberto Fuguet, escritor chileno y figura internacional de la literatura, y yo podemos disfrutar un café cibernético y cohabitar en el mismo espacio aunque vivamos en lugares diferentes.
A decir verdad, Fuguet no sabe lo que es McOndo, pero sí sabe lo que no es. Así que ni manifiesto ni movimiento. “Es, de alguna manera, un adjetivo, otra manera de decir bizarro o freak o raro o hiperrealismo”, confiesa. “Es una manera rápida de resumir lo que implica ser Latinoamérica a fines del siglo pasado y los comienzos de éste”.
Fue en 1996 cuando, junto a Sergio Gómez, se dio la tarea de compilar una antología de 18 jóvenes cuentistas, entre ellos Rodrigo Fresán, Edmundo Paz Soldán, Martín Rejtman y Ray Loriga, quienes se arrancaban el cordón umbilical del realismo mágico. El lanzamiento del libro concurrió entre aroma a papitas fritas en un McDonald’s de Santiago. El título del libro: “McOndo”.
Los críticos literarios a través del continente americano comenzaron a padecer de retortijones frecuentes, y no hay nada de mágico en esta realidad. La primera colección de cuentos de Fuguet, Sobredosis, generó una especie de culto por la obra y perturbó el orden del conformismo canónico. No era para menos: títulos como “Deambulando por la orilla” y “Los muertos vivos” suenan como alegorías de la llamada Generación X que emergiera con la novela del mismo título, escrita por Douglas Coupland, y el rock de Nirvana. Fue el primer grupo demográfico globalizado.
Y Fuguet concuerda: “Supongo que fui o soy de esa generación. Pero me gustaría creer, más que nada, que soy contemporáneo”. Lo complicado con lo de las generaciones, acota, es que envejecen aún más rápido que uno mismo. “Creo que todos somos fronterizos y liminales. A la larga, uno pertenece a la hermandad cósmica”.
Concuerdo.
Después de todo, el deber de un artista es crear a sus lectores o espectadores o auditores, dice Alberto. En estos tiempos, cada uno es capaz de armar su propio mundo.
De hecho, fue en la Escuela de Periodismo donde Fuguet comenzó “a armar” el suyo: “Descubrí que quizás lo mío podía ser la literatura. Antes quise ser director de cine y, como segunda opción, crítico de cine”. El cine, de hecho, constituye la biblioteca de Fuguet. Es parte esencial de su proyecto como escritor. “A lo más, estaba dispuesto a ser reportero de guerra”, continúa, “pero cuando empezaron a atacarme y a colocarme malas notas por escribir como quería escribir, se me encendió la luz. Un profesor me dijo que, para pasar de curso, debía separar la ficción de la no-ficción”.
Como si tal cosa fuese posible.
Aún así, comenzó a escribir cuentos para sus compañeros de curso. Eran admitidas copias de copias de copias de cuentos de Bukowski. Luego intentó la suerte con un certamen literario y obtuvo el segundo premio, a raíz del cual fue invitado a participar de un taller de escritura. “Nada menos que con Donoso y Skármeta. El resto, supongo, es historia. O mi historia”.
O la historia.
Sucede, frecuentemente, que el primer signo de la innovación es el rechazo. Sobreponerse al status quo, o a los que pretenden imponerlo, es un acto de insurrección. Fuguet no lo niega: es un escritor político. En Tinta roja, obra adaptada para el cine por Francisco Lombardi, el autor utiliza el periodismo amarillo más que como cuarto poder, como testigo de la realidad. Ya antes, en Mala onda, vemos como el trasfondo político demarca la vida de Matías Vicuña, un joven de 17 años que regresa a su país luego de varios años en el extranjero. “Este chico cree que no sabe sobre el contexto o cree que no le importa, pero poco a poco abre los ojos. Mala onda es sobre un país donde las fiestas son largas porque hay toque de queda. Es una novela sobre la dictadura, en clave disco”.
Su éxito amargó un poco más el confort literario. Pero ya era inevitable.
Traducido a varios idiomas, sus libros gozan de una amplia popularidad alrededor del planeta, incluyendo los Estados Unidos (que también es McOndo, según confesara en una entrevista con el Barcelona Review), donde irrumpió con Bad Vibes, seguida de The Movies of My Life y, ahora, Shorts. Pero, ojo: se considera “un escritor contemporáneo que escribe en español”, aunque la influencia del inglés doesn’t bother him. “Escribo en castellano, y pienso en castellano, pero sin duda mi español tiene una capa de inglés por debajo. Pero eso creo que le sucede a mucha gente, no sólo los hispanos de USA o los puertorriqueños. El inglés, sin duda, ha contaminado el español, tal como antes lo hizo el francés”.
En su árbol genealógico, además de Coupland, están Salinger y Bukowski, “aunque también Vargas Llosa y Richard Price… Ethan Canin, y ahora, no sé, Dave Eggers y James Ellroy y Andrés Caicedo y Pavese”. Es una familia extendida. Y todos ellos afloran en el ADN codificado en Shorts, donde Fuguet explora diversos medios de explotación del lenguaje escrito. Así, “Far West” discurre a manera de entrevista. “The Magic Tour (Matinee, Vermouth and Night)” imita el guión para cine o televisión. Más allá de la mera innovación estilística, su juego sugiere una visión de la vida en la posmodernidad latinoamericana.
En efecto, los personajes en Shorts son herederos de la disyunción del matrimonio como institución social y están destinados a reproducir el modelo aprendido, o, en el peor de los casos, a abstenerse de reproducir vida. La búsqueda de algo o de alguien es continua. El sentido de pérdida irreparable no se lamenta, como en “Lost”. Hay distanciamiento con respecto a nuestros predecesores, consecuencia de ser la primera generación computarizada, un tema bien trabajado en “Children”. Y también existe el desarraigo del sentimiento nacionalista en “Santiago”, nombre tanto del personaje principal como el de la capital de Chile, donde se ambienta la narración.
“Once, drunk at a party, I told some guy that I had outgrown Chile”, dice el hablante. Uno intenta captar como es la vida y la vida está estructurada así: fragmentada, apunta Alberto. Entonces, le pregunto: ¿Cómo enfrentarnos al mundo cinético en constante reformulación y proliferación de Shorts?
Irónicamente, Fuguet encuentra la respuesta en Gabriel García Márquez: “Cuando tituló su novela Cien años de soledad, sin querer, anunció que este es un continente de gente sola. Es raro: la gente cree que no es así, que todos somos latinos y nos la pasamos abrazados y bailando. Quizás fuimos así pero, de a poco, nos hemos ido quedando solos y a la deriva”.
De ahí el resentimiento que Alberto siente contra la literatura que se venía produciendo en su país y en el resto de Latinoamérica. Y musita: “Uno siempre habla -y escribe- por la herida”.
Al otro lado del Macondo de García Márquez, existe el McOndo de Fuguet sin que muchos sepan que lo habitan, que lo viven, que son inevitablemente McOndinos. Aquí, ¿podría haber un barrio puertorriqueño? “I think so, yes”, me dice Alberto.
Hago un silencio y sonrío.
Luego Fuguet se apresta a disfrutar el éxito de su primer largometraje, titulado Se arrienda -éxito de boletería en Chile-, y yo retomo mi próxima novela.
Ambos nos despedimos, no obstante, combo de $2.99, agrandado, en mano.