BASTA DE MENTIRAS!!!!
El Síndrome Edwards (Parte uno)
Viernes 16 de diciembre de 2005
En un país, y en un mundo, donde todos quieren ser escritores, donde todos van o dictan talleres, donde todos escriben y escriben mentiras pero nadie dice la verdad, donde todos quieren que los lean pero nadie quiere leer (ni comprar libros), ser un gran cronista, como jorge edwards, me parece el mayor de los elogios.
Este año leí menos. O, para ser más específico, leí distinto. No es que esté leyendo menos, estoy leyendo otras cosas. Además me está pasando algo curioso. No es que leer me atraiga menos, la cosa no va por ahí. No. Lo que me sucede lo tengo diagnosticado qué rato: cada día que pasa me aburren más las mentiras. La ficción-ficción. Lo que Vargas Llosa tan brillantemente bautizó como la verdad de las mentiras. De un tiempo a esta parte estoy leyendo más verdades personales que, al pasar por el cedazo de la narración, al ser digamos, montadas con una mirada narrativa más que de diario-de-vida/blog, se transforman en algo no menor: en verdades universales. Dejan de ser lo que todos temen: gritos de auxilio, ejercicios narcisísticos, crónicas sobregiradas, y pasan a ser la novela de nuestro tiempo.
Como bien dijo Álvaro Bisama en estas mismas páginas: algo está pasando con nuestra ficción que ha dejado de ser urgente. Se ha vuelto, como dice, autocomplaciente. Quizás por eso la leo menos. Antes, la devoraba. Ahora, cuando me toca leer local, opto por la no-ficción. Prefiero las crónicas de Lemebel que su novela con sus cameos de los Pinochet; me intriga el nuevo libro de Diamela Eltit sobre el caso Prats; La danza de la realidad, de autobiografía freak de Jodorowsky, deja en ridículo a todas sus novelas ultra-creativas y surrealistas.
Insisto: cada vez me atraen más aquellos libros donde no se miente (o se miente poco o se altera muy poco la verdad). De hecho, son el tipo de libro que quiero escribir. ¿Existe mejor manera de medir aquello que te interesa que pensar en aquello que deseas copiar-piratear-imitar-afanar?
Llamemos este "nuevo fenómeno", que sin duda no lo es, pero sí tiene algo de nuevo en mí a la hora de hacer mi propio recuento y captar que mis lecturas de no-ficción superaron con creces las pocas novelas que lograron seducirme, el síndrome Edwards. Hace unos quince años, Jorge Edwards era - sin duda- el "perdedor" no sólo de la hoguera de las vanidades locales sino una suerte de nota a pie de página del sobrevalorado boom. El diagnóstico sobre Edwards era claro: es mejor cronista que novelista. ¿Y? ¿Importa? Que esos críticos y autores de segunda se laven la boca con jabón. Hoy por hoy, ser mejor cronista que novelista es quizás más importante. En un país, y en un mundo, donde todos quieren ser escritores, donde todos van o dictan talleres, donde todos escriben y escriben mentiras pero nadie dice la verdad, donde todos quieren que los lean pero nadie quiere leer (ni comprar libros), ser un gran cronista me parece el mayor de los elogios. Premio Cervantes, como extra, además.
Desde Persona non grata a Adiós, poeta..., dos libros adelantados a su época, hasta esa obra cumbre que es El inútil de la familia, Jorge Edwards les ha pavimentado el camino a muchos. Mientras Donoso cerró una puerta, y se encerró a sí mismo dentro, Edwards la abrió y, quizás sin quererlo, ha terminado a la delantera. Miremos no más a otro Premio Cervantes. Guillermo Cabrera Infante. Como novelista, me parece excesivo y, por momentos, imbancable. Como crítico de cine y cronista, me parece genial, alucinante, caribeñamente juguetón y sagaz. Cabrera Infante ganó el Cervantes no por sus mentiras sino por su memoria y su ojo crítico. Ahora Sergio Pitol, un autor que, lo confieso, como novelista me había dejado frío. El típico autor que uno no puede terminar. Antes de El arte de la fuga, Pitol me parecía otro autor más de la máquina cultural que busca la aprobación de la mafia catalana. Pero cuando Pitol deja de ser el novelista culterano que quiso ser y se transforma en Sergio Pitol, un tipo culterano que quizás no sea un gran novelista pero sí un tipo con voz y mirada y mundo propios, me saco el sombrero. Jorge Volpi resumió The Pitol Way así: "Es el último Pitol - el de El arte de la fuga, El viaje (2001) y El mago de Viena (2005)- quien, superando cualquier expectativa, le ha dado un nuevo aliento a la literatura escrita en nuestro idioma. Ensayo, ficción, memorias: las barreras genéricas desaparecen, dando vida a textos únicos, capaces de entreverar experiencia, reflexión y narración en un todo homogéneo, vivo, palpitante". Veamos lo que dijo el propio Pitol a Álvaro Matus en esta misma revista: "... advertí de repente que ese estilo estaba adelgazando, que el 'carnaval' estaba concluido, que si seguía utilizando los procedimientos literarios anteriores me copiaría a mí mismo, usaría un lenguaje vegetativo. Eso me aterrorizó. Comencé algunas crónicas autobiográficas... poco a poco se me apareció un bosquejo nuevo, imaginé una estructura fuerte que sostuviera ráfagas de narrativa, autobiografía, páginas de diario y una forma de ensayo que no fuera académico, sino narrativo. Un lema me dirigió en el trabajo, el de los alquimistas: 'Todo está en todo"'.
Tanto para las editoriales como para los críticos, académicos, libreros y lectores, la idea del "todo está en todo" es un tanto molesta e incómoda. ¿Dónde se colocan esos libros? ¿En qué categoría? Tratar esta no-tan-nueva forma de contar como no-ficción es - sin duda- un error. ¿Sebald es biografía, historia, ensayo? ¿El médico Abraham Verghese debería estar en ciencia? ¿Y James Frey, mi nuevo escritor favorito, autor de En mil pedazos, su no-novela sobre su casi-fin, debería estar en auto-ayuda? Porque sin duda que es un libro que ayuda y es, a la larga, sobre salud mental.
Todos estos libros no son sólo datos ni crónicas ni biografías. Estos libros - porque quizás esa es la palabra que habría que usar siempre: libros- son mucho más que eso y, a lo mejor por eso mismo, terminan teniendo más espesura que una novela equis. Y aquí creo que está uno de los posibles malentendidos de este síndrome Edwards: la idea de que la novela es en sí superior nos ha cegado. Ciertas novelas lo son, ciertos autores de ficción han logrado transformar sus mentiras en grandes verdades, pero esa es la excepción. Lo excepcional siempre es la excepción. No porque alguien decide optar por la novela o el cuento tiene la partida ganada. Al revés; más vale que sean mejor que sus predecesores y sus contemporáneos, si no mejor se pasen a la no-ficción.
Vargas Llosa en su célebre ensayo terminó por enredar las cosas. Es cierto que la ficción se basa en transformar mentiras en verdad. Pero eso no es todo: los libros que
realmente importan tienen su base real. En una verdad tan verídica que todo se vuelve un juego. El lector entiende que lo que está leyendo no son una sarta de mentiras o un ejercicio de estilo o un desafío de la imaginación. Sabe que esas mentiras son mentiras porque quizás es muy doloroso contar la verdad en forma directa. Creer que basta con ser bueno para mentir y fabular es no entender o no querer entender nada.
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