Friday, November 11, 2005

The World According to Jimmy Corrigan




Mi columna mensual (o algo así) en La Revista de Libros de El Mercurio

de verdad, me ha impresionado lo oscuro, melancólico y distímico que es esta novela. Porque eso es. ¿O es una película?
Tiene planos absolutamente impresionantes. Sin duda, es el mejor storyboard que he leído. Jimmy Corrigan es algo así como Charlie Brown con ravotril fusionado con el Niño Ostra, con algo de Harvey Peckar de American Splendor.

aqui va columna de hoy, 11 de nov:

Corresponsales del momento

Hace poco leí una entrevista a Ray Loriga, un escritor vivo y pop, que también es cineasta y guionista y, sobre todo, cinéfilo, como toda persona que se respete, donde señalaba que toda su obra apostada por el zeitgeist, por la idea de tratar de captar, ficcionalizar o transformar en crónica los signos de los tiempos. Loriga, que tiene mucho de poeta, define su misión literaria como el de un "corresponsal de su momento".

"Siempre escribes desde un lugar determinado, desde un lugar emocional, desde un lugar físico, desde un lugar de tu propio desarrollo como escritor y como persona", explica con precisión Loriga, que, ahora, años después, y con el pelo considerablemente más corto, no sólo es respetado sino que es parte del canon español. "Con errores o con aciertos, siempre he tratado de escribir desde el sitio donde me encontraba. Lo que no he tratado es de ser un impostor y de escribir a los veinte años los libros que tenía que escribir a los cuarenta o viceversa".

Impostar. Impostar la voz, el sitio, tus intereses. Eso es clave, por cierto, para ser serio. Ojalá que nada de lo que exista en tu casa (tus discos, tus dvd, los programas que ves, la comida que comes) aparezca en tu obra (un autor de verdad tiene una obra, no libros). Tu biblioteca, por cierto, debe ser - qué duda cabe- aprobada por nada menos que Harold Bloom. Analizando mi propia biblioteca me he dado cuenta que ésta es, dentro de todo, bastante conservadora y hasta canónica. Es verdad que tengo todos los libros de ciertos autores considerados "sospechosos", pero, a la hora de la verdad, lo cierto es que mi biblioteca es en extremo siglo XX y más concentrado en la ficción-ficción que en ciertos subgéneros "menores".

Vengo llegando de un simposio celebrado en esos pueblitos de la Norteamérica profunda donde, entre los fans de Bush y la gente que va a la iglesia, se alzan esos oasis liberales y cafeinados que son los pueblos universitarios. En uno de ellos se celebraba un simposio dedicado a la cultura pop en AmLat (latinoamérica en jerga académica) y la ciencia ficción. Lati-
noamerica Writes Back! Para ellos, write es producir textos: escritos, visuales, auditivos. Las charlas iban desde los lazos entre Neal Stephenson y Edmundo Paz Soldán (su El delirio de Turing está provocando delirios) hasta "Promedio rojo" de Nicolás López pasando por la literatura pop-gótica-automutilante del jovencísimismo autor de Sao Paulo, Santiago Nazarian.

Un profe con un doctorado en su mochila y con el nuevo iPod con imágenes (andaba con el clip de "No me confundas" de Nicole, más episodios de "Lost" y "Buffy") está terminando un libro sobre medios masivos y literatura (era qué no). Yo le mostré La década ochentera y señalé, hackeando la información de García y Contardo, cómo el ICTUS apoyó la consagración del modelo neoliberal con su "supuestamente chistocillo" comercial del "Cómprate un auto, Perico", quizás uno de los momentos mas goebbelianos de nuestra historia.

¿En qué momento sucedió esto?

No es que nadie asesinó a Diamela Eltit, la otrora "reina de la academia", sino más bien, ocurrieron dos cosas: Diamela Eltit empezó a escribir sobre supermercados (ver Mano de obra) y, por lo tanto, sin querer, según un profesor pop, ella ingresó a un territorio que quizás antes consideraba "enemigo". Dos: los profesores y doctores en literatura nueva se criaron con tele, cómics y cine. El tema que se discutía en los almuerzos no era Paradiso de Lezama-Lima sino "Elizabethtown" de Cameron Crowe mientras que varios me interrogaban si ya había leído Ygdrasil, de "mi compatriota" Jorge Baradit. Era tal la excitación que provocaba la aparición de esta novela, un cruce, según una profesora, de "los mitos del Chile profundo vistos con la mirada de la cultura trash" que fotocopias a color circulaban del nuevo descubrimiento de Ediciones B. Yo, que siempre me he sentido bastante pop, capté que, uno, no estaba tan al tanto y, dos, me estaba quedando atrás "del momento".

Edmundo Paz Soldán me comentó que "The New Yorker" optó por consagrar las novelas gráficas al señalar la primera obra maestra del género: Jimmy Corrigan, the smartest kid on earth de Chris Ware. En un acto de generosidad me regaló una edición de lujo (me tocó la copia 58.463). Lo leí en el avión. Quedé profundamente conmovido. Y adicto al nuevo género que, por cierto, no tiene nada de nuevo.

Ir a una librería con estos nuevos profesores fue toda una experiencia. Me recomendaron varios libros que estaban en varias hileras por las cuales - lo confieso- nunca había transitado. Volví de este pueblito con héroes nuevos: Neil Gaiman (devoré en 5 horas su Neverwhere, novela ambientada en el metro de Londres), Danny Cloves (el mismo de Ghost World) y William Gibson, un tipo considerado ya un clásico, pero que nunca me había atrevido a leer. Opté por Pattern Recognition que está ahí, esperándome.

Es impresionante cómo uno - sin querer- va cerrando su mente y empieza a encontrar bueno a Sándor Márai (por suerte, no es mi caso) no tanto porque sea bueno sino porque responde a los gustos que uno se ha creado luego de décadas de trabajo para protegerse de ideas nuevas que no molesten la estética que ya sientes tuya. El no estar dispuesto a correr riesgos a la hora de ir al cine, entrar a iTunes o recorrer una librería necesariamente te afecta la manera como escribes, filmas o compones. Es raro: partí negándome a leer clásicos o gente muerta, pero, con el tiempo, uno termina leyendo gente que ya está "consagrada" o "aprobada". No creo que sea el único. Es cosa de ver cómo el público lector apuesta más por lo conocido que por los desconocidos. Poca gente vende menos o es tan poco leída como un autor nuevo. Antes no era así. ¿Qué pasó por acá? ¿En qué momento dejamos de preocuparnos por las nuevas señales que están saliendo de los sitios más inesperados?

Aquellos que creen que la televisión es la mejor manera de enterarse qué está pasando, cómo está el estado de las cosas, se equivocan. Hay ciertos mensajes, cierta sensibilidad, que sólo puede ser captada y filtrada a través de una mirada artística. Nada mejor para entender qué pasó, cómo éramos, que leer autores clásicos. Pero nada mejor, a su vez, para captar cómo somos ahora, qué está pasando, como son los ríos que circulan por las profundidades de nuestro inconsciente colectivo, que leer aquellos, debutantes o ya instalados, que sienten que parte de su misión no es sólo estética sino ser corresponsales de nuestro momento.