Sunday, December 24, 2006

BACKSTAGE--columna sobre crear, editar, producir


ultima columna del año en Rev de Libros...

Domingo 24 de diciembre de 2006
LA COLUMNA DE ALBERTO FUGUET


Backstage


Hay ciertas profesiones que tienen algo de vocación y cuya luminosidad radica en el hecho de estar en las sombras. Con no robar escena. Con tener muy claro que el premio no pasa por figurar, sino, por el contrario, con desaparecer. Con estar ahí pero más atrás, con ser soporte, un arrimo, con tener más que claro que el lucimiento personal llega cuando nadie realmente tiene claro que existes, pero que sí existe algo.

Donde antes no había nada, ahora hay una obra.

Algo nuevo.

¿De qué hablo?

De aquellos que ayudan a que exista un libro, por ejemplo. Una revista. Una película. Un programa de televisión, un disco, una emisión de radio. Esas personas no necesariamente anónimas pero de más bajo perfil que potencian a los creadores a crear o a crear mejor o a pensarla dos veces en vez de sólo intuir. Cualquier rostro o talento o pluma, por egocéntrico que sea, sabe que no hubieran podido llegar ahí sin toda esa ayuda.

Cuando pienso en estas profesiones backstage pienso sobre todo en aquellas ligadas al arte. Hay muchas y son claves. En una película todos son claves y, sin embargo, toda la tinta se gasta en el director, los actores y, si el asunto se vuelve algo más especializado, en el o los guionistas y el director de fotografía. A veces se fijan en el músico. ¿Pero qué pasa con la directora de arte, maquillaje, sonido? ¿Continuidad? ¿El asistente de dirección es un técnico o parte del engranaje creativo? ¿Montar una película es un acto personal que revela las obsesiones y gustos del editor o está al servicio de la película?

¿Y qué pasa con producción? Por algo el Oscar a la mejor película va para el productor. ¿Producir? ¿Qué significa producir? ¿Producir no es acaso un sinónimo de crear? ¿Es un productor un artista? Quizás sí. O no. Quizás no convenga que lo sea. Quizás no debería serlo pero, por otro lado, no puede estar anclado allá lejos, al otro lado de la sala. No puede ser un número, un normal, sólo un traje. Un productor tiene que tener alguno de los peores y mejores elementos que transforman a una persona en un artista: sicopatía, arrojo, fe ciega, locura y arbitrariedad, ser obsesivo, ojalá demente, tener una energía que supura hambre veinticuatro siete. ¿Se desnuda y expone un productor? Sí y no. Tiene que caminar al borde de la cornisa y arriesgar quedar mal ante aquellos que confiaron económicamente en él o ella. Debe estar dispuesto a reconocer que la obra en que creyó no gustó o no resultó, pero, para eso, debe ser capaz de actuar sin pensar y, a diferencia de los artistas, pensar antes de actuar.

Quizás eso es ser creativo. Eso es crear. Crear desde cero pero que no todo quede en cero. Es avanzar sin resbalarse, inventar sin que te juegue en contra, construir sin autodestruirte. En literatura, quizás lo más parecido al productor es el editor. ¿Qué es un editor exactamente? Sin duda que comparte labores con el montajista (ayudar a encontrar la historia y el personaje entre tanta letra y párrafo redundante), pero también debe ser la persona que ayuda, potencia, contiene y mejora al autor. Y debe ser, como un confesor, o un terapeuta, moralmente intachable. Confiable. Un editor no tiene que imponer su mirada de las cosas sino entender y ayudar que la mirada del autor se plasme y se entienda mejor. En la cultura hispánica no está del todo claro qué es un editor, quizás porque existen pocos y porque a los autores no les interesa o no les gusta trabajar con ellos. Está la idea de que a un gran creador no hay que cortarle una coma, que un libro se escribe en soledad y se publica del mismo modo, a lo más llamar a un corrector de estilo por si se deslizó un error tipográfico.

Leo Por orden alfabético, el nuevo libro del editor/dueño de Anagrama, Jorge Herralde, tratando de encontrar, de primera fuente, lo que es un editor. Quizás es injusto decepcionarse ante un libro "que no es lo que uno quiere que sea". Por orden alfabético no es un testimonio sobre el oficio o vocación de editar ni una biografía a lo Michael Korda sobre sus años editando todo tipo de textos y seres. Herralde no ingresa al territorio de la edición propiamente tal. Aquí no hay épica de gestación ni recuerdos sobre un autor bloqueado ni celebraciones de fonts. Es un libro curioso, lleno de fotos de gente en comidas y lanzamientos. Suerte de memorias y recuerdos de "escritores, editores, amigos", el libro, editado por su propia casa, está compuesto por una serie de afectuosos textos, la mayor parte escritos como presentaciones u homenajes, aunque también hay otros - los mejores- que son inéditos. Estas no son las memorias de un editor sino un editor con una gran memoria que sabe relatar una anécdota o perfilar a un autor con dos o tres líneas cuando quiere. Por orden alfabético es lo que es, y supongo que está bien. No contiene maldad pero le falta más corazón. Se trata del típico caso de esos libros donde un editor hubiera podido mejorarlo en forma exponencial. No sólo removiendo maleza sino estimulando nuevos textos o proponiendo otros puntos de vista. Un autor, aunque sea un editor, no se puede editar a sí mismo. Necesita la mirada del otro. Para eso está el editor. Para mirar desde otro punto de vista. Para comentar, opinar, recomendar.

El otro día Jorge Edwards me comentaba lo que había sufrido y trabajado para publicar La otra casa, su volumen de ensayos sobre la literatura chilena. "Ese Andrés Braithwaite te hace trabajar", me dijo, refiriéndose a su editor. "Te exige mucho, nunca había trabajado tanto".

¿Pero quedó contento? le pregunté.

Muy contento, y sonrió.