Wednesday, August 30, 2006

estilo, segun bukowski



A veces es bueno regresar a esos autores que, en un momento, fueron importantes para ti, aunque ya lo son tanto ahora.
a la espera de Factotum, con el gran Matt Dillon, leo este poema de Bukowski...
esta es la frase q subraye:


To do a dull thing with style is preferable to doing a dangerous thing without style.
To do a dangerous thing with style, is what I call art.

se puede aplicar a todo, aunque no se... prefiero hacer algo peligroso sin estilo q algo aburrido con puro estilo. que es eso?
cine pa llenar las butacas? un comercial chanta?

aqui va el poema


Style

Style is the answer to everything.
Fresh way to approach a dull or dangerous day.
To do a dull thing with style is preferable to doing a dangerous thing without style.
To do a dangerous thing with style, is what I call art.
Bullfighting can be an art.
Boxing can be an art.
Loving can be an art.
Opening a can of sardines can be an art.
Not many have style.
Not many can keep style.
I have seen dogs with more style than men.
Although not many dogs have style.
Cats have it with abundance.

When Hemingway put his brains to the wall with a shotgun, that was style.
For sometimes people give you style.
Joan of Arc had style.
John the Baptist.
Jesus.
Socrates.
Caesar.
García Lorca.
I have met men in jail with style.
I have met more men in jail with style than men out of jail.
Style is a difference, a way of doing, a way of being done.
Six herons standing quietly in a pool of water, or you, walking naked
out of the bathroom without seeing me.

- Charles Bukowski

Monday, August 28, 2006

letras de celuloide--- critica de Pagina 12



Cortos ha sido toda una experiencia, curiosa y novedosa. Desde la concepcion, la escritura, la portada, la idea q fuera el lado B de LAS PELICULAS DE MI VIDA---- pero lo más raro fue que, como quise q saliera a la calle antes que rodara SE ARRIENDA,
casi no tuvo promoción ni di entrevistas acá en Chile. Tampoco se vendió mucho, tampoco tuvo tan buena crítica. Mñas que nada, siento, como que no se entendió. Pero, poco a poco, ha encontrado sus lectores.

Ahora, casi 2 años despues, ha salido a las librerias de España y de algunas latinoamericanas, basicamente Argentina y Peru. Fue raro volver a hablar de un libro tan "viejo" y, x otro lado, empezar a ver las reseñas y críticas.

CORTOS, creo, ha sido muy bien entendido, más allá que puede o no puede gustar del todo. Creo que mucha gente lo entendió. No sé q más agregar, pero me alegro que CORTOS haya tenido una vida tan curiosa y que haya salido a la luz como salió y q hay gente que está respondiendo bien a este "experimento"

dato de trivia: hay serias posibilidades que el cuento ROAD STORY se transforme en una novela grafica.

aqui una crítica q salió ayer en Pagina 12 de Buenos Aires; aunque peque de "autorreferente", la frase que más me gustó fue esta: "Con su último libro, Cortos, Alberto Fuguet, quien está demostrando no ser un artista con rápida fecha de vencimiento como algunos diagnosticaron, tuvo el mérito de encontrar ahí, donde parecía estar todo combinado, algo más".



Letras de celuloide

El discreto encanto de los guiones cinematográficos y de los cuentos cortos confluye en el último libro de Alberto Fuguet. Eficacia narrativa y personajes a los que les cuesta “hacer foco”.

Por Juan Pablo Bertazza

Cortos
Alberto Fuguet
Alfaguara
319 páginas


Una de las características de la literatura latinoamericana contemporánea es la fusión entre diversos y, a veces, antagónicos géneros, como poesía y prosa, ensayo y novela, historia y ficción a tal alto grado que, por momentos, parece que ya no quedó ninguna mezcla por practicarse. Pero siempre queda. Con su último libro, Cortos, Alberto Fuguet, quien está demostrando no ser un artista con rápida fecha de vencimiento como algunos diagnosticaron, tuvo el mérito de encontrar ahí, donde parecía estar todo combinado, algo más. Novelista, guionista, crítico de rock y cine, Fuguet, que es uno de los primeros nuevos narradores chilenos en oponerse explícitamente al realismo mágico con su edición del libro McCondo, antología de varios autores unidos por la referencia a la cultura pop norteamericana y la fobia por todo lo que tuviera que ver con el Coronel Buendía y descendencia, se consolidó como barman del cóctel que quedaba por probar: el descubrimiento del chileno es mezclar un poco los tantos entre literatura y cine, más allá del permanente pero estéril pasaje entre libros y celuloide que viene demostrando desde hace algún tiempo la gran cantidad de novelas y vidas de escritores que son llevadas a la pantalla grande, de lo que incluso Fuguet parece burlarse un tanto.

Es que las ocho piezas que componen Cortos se ponen de acuerdo en liberar al guión de su formato encorsetado (con su eterno tiempo presente y su condición abstemia respecto de los adjetivos), y enriquecerlo con una prosa poética o, al menos, expresiva; al mismo tiempo que logra renovar un poco las aguas de la narrativa actual con los siempre bienvenidos veinticuatro fotogramas por segundo. Y cuando pluma y cámara se juntan, tal como las mezcló acá Fuguet, hay repercusiones en varios niveles.

Por ejemplo, en “Prueba de aptitud”, el primer cuento/corto que muestra en carne viva la terrible presión que sobre un grupo de adolescentes marginales ejerce un examen preuniversitario, además de continuos flashbacks, cuando leemos la gran escena final no tenemos la sensación de que fuera escrita sino que se trata más bien de la glosa de una escena altamente cinematográfica que pone en el centro del objetivo un asesinato al borde de una piscina fuera de temporada. Hay relatos que, a nivel formal, tienen menos marcas del lenguaje del cine, pero que aparecen vitalizados con esa poesía un poco implícita que se desprende de las fuertes atmósferas, los diálogos extrañados y las acciones permanentes de los guiones. Por el contrario, en otros relatos, las frías y típicas acotaciones sufren una explosión de sentido a partir de marcas subjetivas, y adjetivos muy elocuentes: “El barrio es geriátrico-adolescente. Hay departamentos muy grandes y miserables estudios. Todos pasan por Providencia, pero pocos se quedan. Llegas ahí a iniciar una vida o a terminarla”, y hasta chistes; como cuando en medio de un guión se aclara que debe ir una “laaaaaaaarga pausa”.

De la misma forma, en la sección más linda del libro, “Matiné, vermouth y noche”, se da otra vuelta de tuerca al discurso típico del guión, ya que en el centro de la escena no están las acciones sino un diálogo extenso y particularmente rico en el contexto entre un aspirante a fotógrafo de cine y una productora algo light, aficionada a la moda y el diseño. Es que parece exagerado, pero ese tipo de distorsiones y quiebres a partir de la combinación de los guiones y los relatos abren una nueva perspectiva que se ve también en la construcción de los personajes. Desterrados directores de cine que van a probar suerte y rápidamente se asquean en Los Angeles, donde “la gente no tira la basura porque la recicla haciendo películas y series de televisión”, mujeres adictas que encuentran un trabajo novedoso de acondicionadoras de casas donde se fueron pudriendo poco a poco viejas solas; los diversos personajes de Cortos tienen algo en común: una incapacidad para hacer foco, pero literalmente hablando. Sus distracciones, negligencias, caprichos y hasta terquedades terminan repercutiendo en el terreno corporal, en su relación más atávica con la naturaleza y con el mundo; son, nunca más atinado decirlo, como el personaje que mejor interpretó Robin Williams en una escena de la película Deconstruyendo a Harry, de Woody Allen, en la que a un padre de familia, los médicos le diagnostican estar fuera de foco, con lo cual sus hijos y esposa, a quienes les cuesta seriamente divisarlo, no dudan en reírse de él.

El libro Cortos, que parece haber tenido más backstages que borradores, acierta también en aprovechar la poesía que destilan algunos conceptos de la jerga del cine y la fotografía, como el de “la hora mágica”, aquella hora sublime de veinte minutos cuando el sol ya se puso pero aún queda luz, la hora perfecta para fotografiar en la que todos y todo se ve bien y todo es tan bello que dan ganas de no irse.


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Saturday, August 19, 2006

cuentos y novelas-- la diferencia segun Murakami



el año en que leí Murakami.... esperando, la salida, a fin de mes, de BLIND WILLOW, SLEEPING WOMAN, 24 cuentos, incluyendo, Tony Takitami, más un prólogo personal, donde HM describe las diferencias entre escribir un cuento y una novela:

“Para proponerlo de la manera más sencillla posible, yo siento que la escritura de novelas es un desafío mientras que la escritura de cuentos es un placer. Si escribir novelas es como plantar un bosque, entonces la escritura de cuentos es como plantar un jardín. Ambos procesos se complementan creando un paisaje que atesoro”.

Sunday, August 06, 2006

McOndo: ten years later.... Agosto 96-Agosto 06



No mucho q decir al respecto. Me han llegado muchas solicitudes para hablar de McOndo, para reeditar McOmdo, etc. Un par de cosas: en efecto, se cumplen este mes 10 años de la aparición del dichoso libro. Creo q pocos libros se han leído peor. Pero da lo mismo. A aquellos académicos que me preguntan, les respondo: el libro está agotado, debe estar en algunas bibliotecas norteamericanas, y NO será reeditado. Básicamente porque no quiero.

en todo caso, para aquellos que creen que el puto prólogo es necesario que citarlo, aquí va.


Prólogo libro McOndo
(una anotología de nueva literatura hispanoamericana)
Ed. Gijalbo-Mondadori/MADRID


Presentación del País McOndo


Esta anécdota es real:
Un joven escritor latinoamericano obtiene una beca para participar en el International Writer´s Workshop de la Universidad de Iowa, suerte de hermano mayor cosmopolita del afamado Writer´s Workshop de la misma universidad, algo así como la más importante fábrica/taller de nuevos escritores norteamericanos.
El escritor rápidamente se da cuenta que lo latino está hot (como dicen allá) y que tanto el departamento de español, como los suplementos literarios yanquis, están embalados con el tema. En el cine del pueblo Como agua para chocolate arrasa con la taquilla. Para qué hablar de las estanterías de las librerías, atestadas de "sabrosas" novelas escritas por gente cuyos apellidos son indudablemente hispanos, aunque algunos incluso escriban en inglés.
Tal es la locura latina que el editor de una prestigiosa revista literaria se da cuenta que, a cuadras de su oficina, en pleno campus, deambulan tres jóvenes escritores latinoamericanos. El señor se presenta y, sin más ni más, establece un literary-lunch semanal en la cafetería que mira el río. La idea, dice, es armar un número especial de su prestigiosa revista literaria centrado en el fenómeno latino. Los tres jóvenes (bueno, no tan jóvenes) quedan relativamente extasiados. Se dan cuenta que, sin esfuerzo ni contacto alguno, van a ser publicados en “América” y en inglés. Y sólo por ser latinos, por escribir en español, por haber nacido en Latinoamérica, ese "pueblo al sur de los Estados Unidos", como sentenció el grupo rock Los Prisioneros.
Las cosas agarran prisa y el programa de escritores contacta a gente del departamento de lenguas y arman un taller de traducción. Antes que termine el semestre, los cuentos y trozos de novelas de los tres latinos son entregados al ávido editor. Los otros participantes extranjeros, algunos bastante más establecidos y añosos que los codiciados latin-boys, observan atónitos y asumen que quizás el lugar es el adecuado pero el momento definitivamente no. Adiós a los asiáticos y los centroeuropeos. Welcome all hispanics.
Pues bien, el editor lee los textos hispanos y rechaza dos. Los que desecha poseen el estigma de "carecer de realismo mágico". Los dos marginados creen escuchar mal y juran entender que sus escritos son poco verosímiles, que no se estructuran. Pero no, el rechazo va por faltar al sagrado código del realismo mágico. El editor despacha la polémica arguyendo que esos textos "bien pudieron ser escritos en cualquier país del Primer Mundo".
Esta anécdota es, como dijimos, real aunque los nombres y las nacionalidades fueron omitidas para proteger a los inocentes. Creemos, además, que ilustra el conmovedor grado de ingenuidad de ambas partes interesadas.
Para dejar un registro histórico: ese día, en medio de la planicie del medioeste, surgió McOndo. Su inspiración más cercana es otro libro: Cuentos con Walkman (Editorial Planeta, Santiago de Chile, 1993), una antología de nuevos escritores chilenos (todos menores de 25 años), que irrumpió ante los lectores con la fuerza de un recital punk. Ese libro, que ya lleva más de diez mil ejemplares vendidos sólo en el territorio chileno, fue compilado por nosotros dos a partir de los trabajos de los jóvenes que asistían a los talleres literarios que ofrecía la Zona de Contacto, un suplemento literario-juvenil que aparece todos los viernes en el diario El Mercurio de Santiago. Como dice la franja que anuncia la cuarta edición, la moral walkman es "una nueva generación literaria que es post-todo: post-modernismo, post-yuppie, post-comunismo, post-babyboom, post-capa de ozono. Aquí no hay realismo mágico, hay realismo virtual".
David Toscana, representante de México en Iowa, leyó el libro y tuvo la idea de armar un Cuentos con Walkman internacional. Aceptamos el desafío y decidimos, a diferencia del primero, incluirnos en el libro. Quizás no hay excusas pero aquí estamos. Ya que íbamos a estar detrás, por qué no adentro también.




Aunque por momentos sentimos que no íbamos a ninguna parte, al final llegamos a la meta. Como todo libro que vale, McOndo es incompleto, parcial y arbitrario. No representa sino a sus participantes y ni siquiera. Es nuestra idea, nuestro volón. Sabemos que muchos leerán este libro como una tratado generacional o como un manifiesto. No alcanza para tanto. Seremos pretenciosos, pero no tenemos esas pretensiones.
Como en todo acto creativo, lo más entretenido (y agotador) fue coordinar y encontrar a los autores que cabían dentro del canon preestablecido. El primer desafío de muchos fue conseguir una editorial que confiara en nosotros, nos convidara infraestructura y redes de comunicación y, por sobre todo, nos asegurara una distribución por toda Hispanoamérica para así tratar de borrar las fronteras, que hicieron de esta antología no sólo una recopilación sino un viaje de descubrimiento y conquista. No fue fácil puesto que tuvimos que atravesar una maraña de burocracia y mala fe, además de erradas ideologías de distribución, increíbles aranceles y simple desidia. En todas las capitales latinoamericanas uno puede encontrar los best-sellers del momento o autores traducidos en España, pero ni hablar de autores iberoamericanos. Simplemente no llegan. No hay interés. Recién ahora algunas editoriales se están dando cuenta que eso de escribir en un mismo idioma aumenta el mercado y no lo reduce. Si uno es un escritor latinoamericano y desea estar tanto en las librerías de Quito, La Paz y San Juan hay que publicar (y ojalá vivir) en Madrid. Cruzar la frontera implica atravesar el Atlántico.


Como en toda antología que se precie de tal, la elección de quienes participan en este libro es dudosa, antojadiza y teñida del favoritismo que se le tiene a los amigos. En McOndo hay mucho de esto; no podía ser de otra manera.
A pesar de las maravillas de la comunicación, el país desde donde surge esta antología sigue estando entre el cerro y el mar. La comunicación con el exterior, por lo tanto, fue difícil, atrasada, escasa, y surgió a un ritmo más lento del que esperábamos. Los contactos existían, pero más a nivel de amistad en países como Argentina, España y México. El resto del continente era territorio desconocido, virgen. No conocíamos a nadie. Llegamos a pensar que América Latina era un invento de los departamentos de español de las universidades norteamericanas. Salimos a conquistar McOndo y sólo descubrimos Macondo. Estábamos en serios problemas. Los árboles de la selva no nos dejaban ver la punta de los rascacielos.
No conocíamos siquiera un nombre en muchos de los países convocados. Nos topamos con panoramas como que los libros de ciertas estrellas literarias no estaban disponibles en el país fronterizo. Los suplementos literarios de cada una de las capitales no tenían ni idea de quienes eran sus autores locales. Podíamos escribir en el mismo idioma, tener la misma edad y las antenas conectadas, pero aún así no teníamos idea quiénes éramos.
Cuando decidimos lanzar nuestras señales de humo recurrimos a todo lo imaginable: amigos, enemigos, corresponsales extranjeros, editores, periodistas, críticos, rockeros en gira, auxiliares de vuelo, mochileros que salían de vacaciones. Recurrimos al fax, al DHL, a la Internet. Apostamos por el correo tradicional (estampillas con la cara de próceres muertos) y el correo electrónico (bits, no átomos) y abusamos del teléfono (usamos discado directo, cambiamos varias veces de carrier dependiendo de las ofertas del mes y nos aprendimos todos los códigos de los países).
Poco a poco, comenzó a aparecer eso que sabíamos que existía, aunque estaba oculto en auto-publicaciones de segunda o ediciones de pocos ejemplares. De alguna manera comprobamos que el fenómeno editorial joven en Latinoamérica es irregular, a veces mezquino y en la mayoría de los casos, sufrido. La mayoría de los textos que recibimos eran ediciones feas, publicadas con esfuerzo y con poca resonancia entre sus pares.
El criterio de selección entonces se centró en autores con al menos una publicación existente y algo de reconocimiento local. Esta opción algo severa descalificó a ciertos autores y países de un brochazo. Exigimos, además, cuentos inéditos. Podían versar sobre cualquier cosa. Tal como se puede inferir, todo rastro de realismo mágico fue castigado con el rechazo, algo así como una venganza de lo ocurrido en Iowa.
El gran tema de la identidad latinoamericana (¿quienes somos?) pareció dejar paso al tema de la identidad personal (¿quién soy?). Los cuentos de McOndo se centran en realidades individuales y privadas. Suponemos que ésta es una de las herencias de la fiebre privatizadora mundial. Nos arriesgamos a señalar esto último como un signo de la literatura joven hispanoamericana, y una entrada para la lectura de este libro. Pareciera, al releer estos cuentos, que estos escritores se preocuparan menos de su contingencia pública y estuvieran retirados desde hace tiempo a sus cuarteles personales. No son frescos sociales ni sagas colectivas. Si hace unos años la disyuntiva del escritor joven estaba entre tomar el lápiz o la carabina, ahora parece que lo más angustiante para escribir es elegir entre Windows 95 o Macintosh.


La decisión final tuvo que ver con los gustos de los editores y la editorial, además de las presiones de ciertos agentes literarios, la cambiante geopolítica (nos tocó guerras y relaciones diplomáticas tensas), el azar de los contactos y eso que se llama suerte.
Hay autores vagando por el continente y la península que tuvimos que rechazar porque ya teníamos muchos representantes de ese país (Argentina, México, España) o porque la demanda excedió la oferta. Otros autores representativos están ausentes porque no pudieron llegar a tiempo, estaban bloqueados o no tenían nada que ofrecer. Existen, por cierto, muchos países que faltan y deberían estar presentes. Hicimos lo posible. Reconocemos nuestra incapacidad. A lo mejor sí debimos viajar por cada uno de los países pero no tuvimos ni el presupuesto ni el tiempo. Quizás confiamos demasiado en las embajadas y en los agregados culturales que, dicho sea de paso, fueron incapaces de ayudarnos. Una embajada dijo que sólo había poetas en su país (lo que resultó ser falso) y en otra nos aseguraron que el autor más joven de su territorio era un chico de 48 años que, para más remate, era inédito.
No nos cabe duda que cuando este libro se edite, vamos a encontrarnos con la ingrata sorpresa de que un autor McOndiano está dando mucho que hablar y ni siquiera sabíamos que existía. Son los riesgos que uno corre. Casi todos los autores aquí incluidos son absolutos desconocidos fuera de su país. Y muchos son apenas conocidos en su propia casa. Así y todo, pensamos que la muestra es grande, variada y comulga absolutamente con nuestro criterio de selección.
Sabemos que hay carencias y errores, pero también hay aciertos y sorpresas. estamos consientes de la presencia femenina en el libro. ¿Por qué? Quizás esto se debe al desconocimiento de los editores y a los pocos libros de escritoras hispanoamericanas que recibimos. De todas maneras, dejamos constancia que en ningún momento pensamos en la ley de las compensaciones sólo para no quedar mal con nadie.
Optamos por establecer una fecha de nacimiento para nuestros autores que nos sirviera de colador y acotara una experiencia en común. Nos decidimos por una fecha que fuera desde 1959 (que coincide con la siempre recurrida revolución cubana) a 1962 (que en Chile y en otros países, es el año en que llega la televisión). La mayoría, sin embargo, nacieron algún tiempo después.
Otra cosa en que nos fijamos: todos los escritores recolectados han publicado antes de los treinta con un relativo éxito. Han creado polémicas, revueltas y exageraciones críticas con lo que escriben.



Sobre el título de este volumen de cuentos no valen dobles interpretaciones. Puede ser considerado una ironía irreverente al arcángel San Gabriel, como también un merecido tributo. Más bien, la idea del título tiene algo de llamado de atención a la mirada que se tiene de lo latinoamericano. No desconocemos lo exótico y variopinta de la cultura y costumbres de nuestros países, pero no es posible aceptar los esencialismos reduccionistas, y creer que aquí todo el mundo anda con sombrero y vive en árboles. Lo anterior vale para lo que se escribe hoy en el gran país McOndo, con temas y estilos variados, y muchos más cercano al concepto de aldea global o mega red.
El nombre (¿marca-registrada?) McOndo es, claro, un chiste, una sátira, una talla. Nuestro McOndo es tan latinoamericano y mágico (exótico) como el Macondo real (que, a todo ésto, no es real sino virtual). Nuestro país McOndo es más grande, sobrepoblado y lleno de contaminación, con autopistas, metro, tv-cable y barriadas. En McOndo hay McDonald´s, computadores Mac y condominios, amén de hoteles cinco estrellas construidos con dinero lavado y malls gigantescos.
En nuestro McOndo, tal como en Macondo, todo puede pasar, claro que en el nuestro cuando la gente vuela es porque anda en avión o están muy drogados. Latinoamérica, y de alguna manera Hispanoamérica (España y todo el USA latino) nos parece tan realista mágico (surrealista, loco, contradictorio, alucinante) como el país imaginario donde la gente se eleva o predice el futuro y los hombres viven eternamente. Acá los dictadores mueren y los desaparecidos no retornan. El clima cambia, los ríos se salen, la tierra tiembla y Don Francisco coloniza nuestros inconscientes.
Existe un sector de la academia y de la intelligentsia ambulante que quieren venderle al mundo no sólo un paraíso ecológico (¿el smog de Santiago?) sino una tierra de paz (¿Bogotá?, ¿Lima?). Los más ortodoxos creen que lo latinoamericano es lo indígena, lo folklórico, lo izquierdista. Nuestros creadores culturales sería gente que usa poncho y ojotas. Mereces Sosa sería latinoamericana, pero Pimpinela, no. ¿Y lo bastardo, lo híbrido? Para nosotros, el Chapulín Colorado, Ricki Martin, Selena, Julio Iglesias y las telenovelas (o culebrones) son tan latinoamericanas como el candombe o el vallenato. Hispanoamérica está lleno de material exótico para seguir bailando al son de El cóndor pasa o Ellas bailan solas de Sting. Temerle a la cultura bastarda es negar nuestro propio mestizaje. Latinoamérica es el teatro Colón de Buenos Aires y MacchuPichu, Siempre en Domingo y Magneto, Soda Stereo y Verónica Castro, Lucho Gatica, Gardel y Cantinflas, el Festival de Viña y el Festival de Cine de La Habana, es Puig y Cortázar, Onetti y Corín Tellado, la revista Vuelta y los tabloides sensacionalistas.
Latinoamérica es, irremediablemente, MTV latina, aquel alucinante consenso, ese flujo que coloniza nuestra conciencia a través del cable, y que se está convirtiendo en el mejor ejemplo del sueño bolivariano cumplido, más concreto y eficaz a la hora de hablar de unión que cientos de tratados o foros internacionales. De paso, digamos que McOndo es MTV latina, pero en papel y letras de molde.
Y seguimos: Latinoamérica es Televisa, es Miami, son las repúblicas bananeras y Borges y el Comandante Marcos y CNN en español y el Nafta y Mercosur y la deuda externa.
Vender un continente rural cuando, la verdad de las cosas, es urbano (más allá que sus sobrepobladas ciudades son un caos y no funcionen) nos parece aberrante, cómodo e inmoral.
El trasfondo tras la ilusión del realismo mágico para la exportación (que tiene mucho de cálculo) lo aclara el poeta chileno Oscar Hahn en una introducción a una antología de cuentos ad-hoc:

"Cuando en 1492 Cristóbal Colón desembarcó en tierras de América fue recibido con gran alborozo y veneración por los isleños, que creyeron ver en él a un enviado celestial. Realizados los ritos de posesión en nombre de Dios y de la corona española, procedió a congraciarse con los indígenas, repartiéndoles vidrios de colores para su solaz y deslumbramiento. Casi quinientos años después, los descendientes de esos remotos americanos decidieron retribuir la gentileza del Almirante y entregaron al público internacional otros vidrios de colores para su solaz y deslumbramiento: el realismo mágico. Es decir, ese tipo de relato que transforma los prodigios y maravillas en fenómenos cotidianos y que pone a la misma altura la levitación y el cepillado de dientes, los viajes de ultratumba y las excursiones al campo".

Lo que nosotros queremos ofrecerle al público internacional son cuentos distintos, más aterrizados si se quiere, de un grupo de nuevos escritores hispanoamericanos que escriben en español, pero que no se sienten representantes de alguna ideología y ni siquiera de sus propios países. Aun así, son intrínsecamente hispanoamericanos. Tiene ese prisma, esa forma de situarse en el mundo.
En estos cuentos hay mas cepillado de dientes y excursiones al campo (bueno, al departamento o al centro comercial) que levitaciones, pero pensamos que se viaja igual.
Los autores incluidos en McOndo son, como ya lo hemos reiterado (y lamentado) levemente conocidos en sus respectivos países. Esto tiene su lado positivo puesto que no tienen una reputación internacional que proteger. No sienten, como escribió el crítico David Gallagher en el suplemento literario TLS de Londres, "la necesidad de sumergirse en las aguas de lo políticamente-correcto. Puesto que no tienen la ventaja de vivir afuera, difícilmente sabrían qué elementos usar para escribir una novela políticamente correcta".
Es cierto que no todos los autores antologados viven dentro de sus países (aunque muchos tienen la intención de regresar y pronto); aún así, estos escritores han producido textos que fueron escritos desde el interior para lectores internos. Como bien acota Gallagher, refiriéndose específicamente al caso de Chile, "no le están escribiendo a una galería internacional, por lo tanto, no tienen que mantener el status-quo del estereotipo de cómo debe o no debe ser el retrato (de Hispanoamérica) para la exportación".
España, en tanto, está presente porque nos sentimos muy cercanos a ciertos escritores, películas y a una estética que sale de la península que ahora es europea, pero que ya no es la madre patria. Los textos españoles no poseen ni toros ni sevillanas ni guerra civil, lo que es una bendición. Los nuevos autores españoles no sólo son parte de la hermandad cósmica sino son primos muy cercanos, que a lo mejor pueden hablar raro (de hecho, todos hablan raro y usan palabras y jergas particulares) pero están en la mismo sintonía.


La pregunta que inició la búsqueda de este libro fue si estábamos en presencia de algo nuevo, de una nueva literatura o de una nueva perspectiva para ver la literatura. Pregunta que parece ser el afán de toda nueva horneada de escritores. Las respuestas después de tener el libro terminado fueron sólo dudas. Como es típico, lo más interesante, novedoso y original no está en la primera línea del mercado y aún menos entre el oficialismo literario.
El verdadero afán de McOndo fue armar un red, ver si teníamos pares y comprobar que no estábamos tan solos en ésto. Lo otro era tratar de ayudar a promocionar y dar a conocer a voces perdidas no por antiguas o pasadas de moda, sino justamente por no responder a los cánones establecidos y legitimados.
Comprobamos que cada escritor ha elegido el camino que más le acomodaba, con los temas que consideraba más adecuados. ¿Trabajo inútil entonces? Creemos que no: debajo de la heterogeneidad algo parece unir a todos estos escritores, y a toda a una generación de adultos recientes. El mundo se empequeñeció y compartimos una cultura bastarda similar, que nos ha hermanado irremediablemente sin buscarlo. Hemos crecido pegados a los mismos programas de la televisión, admirado las mismas películas y leído todo lo que se merece leer, en una sincronía digna de considerarse mágica. Todo esto trae, evidentemente, una similar postura ante la literatura y el compartir campos de referencias unificadores. Esta realidad no es gratuita. Capaz que sea hasta mágica.


Alberto Fuguet-Sergio Gómez
Santiago de Chile, marzo 1996

Tuesday, August 01, 2006

Paz Soldan y McOndo (y el Crack)



ya es agosto 2006
en agosto del 96, salio McOndo, el libro y el "famoso" prólogo
podria escribir muchas cosas. No quiero o me interesa poco. Si creo que el mundo es bastante McOndo
para decirlo, de algun modo. En todo caso, mi amigo Paz Soldán escribió esto el sábado pasado. Pronto postearé el puto prólogo.

McONDO Y DESPUES
Edmundo Paz Soldán

Diez años atrás, Alberto Fuguet y Sergio Gómez publicaron la antología McOndo –en la que se encuentra un cuento de quien esto escribe--, y un grupo de escritores mexicanos conocidos como el Crack difundió su manifiesto. Así, irónicamente, estos narradores que se preciaban de ser tan individualistas que no querían representar a sus países y mucho menos a su generación, le dieron su sello más conocido a la generación de escritores latinoamericanos que comenzó a publicar en la década del noventa (entre los que se encuentran nombres de peso como los de Rodrigo Fresán e Ignacio Padilla).
Los críticos atacaron con tanta furia a McOndo y al Crack que parecía que estos escritores habían cometido alguna transgresión de trascendencia. Viscerales, los escritores de McOndo se habían puesto a combatir el estereotipo de América Latina como un continente “realista mágico” –el bucólico espacio rural donde lo exótico es cotidiano— con otro estereotipo –América Latina como un continente urbano, de centros comerciales repletos de jóvenes alienados a la cultura popular norteamericana; por su parte, en un momento de celebración de la mezcla creativa entre la cultura alta y la popular, el Crack proponía una suerte de elitista reestablecimiento de valores, la literatura “seria” como parte fundamental de una cultura alta que no tenía mucho que ver con la cultura popular. No había mucho en común entre McOndo y el Crack, pero con el tiempo estos dos nombres se convirtieron en sinónimos, formas intercambiables para designar a toda una generación de escritores más diversa que las propuestas que encerraban tanto McOndo como el Crack (pertenecen a ella, por ejemplo, Mario Bellatin y Mayra Santos-Febres).
Ahora que el ruido y la furia han cesado, comienzan las evaluaciones. Hace un par de semanas, bajo la dirección del escritor Fernando Iwasaki, un grupo de críticos y escritores se reunió en El Escorial para analizar a la generación de los noventa. Algunos puntos dignos de mención: para el mexicano Christopher Dominguez Michel, la narrativa latinoamericana siempre se caracterizó por tener una conexión muy estrecha entre la literatura y la identidad; esa conexión dejó de ser útil en los noventa, y hoy resulta cada vez más difícil diferenciar entre las literaturas nacionales. El escritor Jorge Volpi, más provocativo y contundente, llegó al extremo de señalar: “La literatura latinoamericana ya no existe, se extinguió poco a poco durante los últimos años del siglo XX y, si las condiciones se mantienen como hasta ahora, no parece existir ninguna posibilidad de que resucite”.
El crítico cubano Ernesto Hernández Bustos coincidió en que uno de los aportes más significativos de la generación de los noventa ha sido la problematización de las literaturas nacionales, aunque matizó que existía un peligro en la forma en que los escritores habían decidido apostar por la geografía en vez de la historia (muchas novelas que transcurren en todas partes, pero que carecen de densidad histórica). Los escritores del Boom se legitimaron gracias a una visión explícita de la historia por encima de la geografía; los escritores de hoy, advirtió Hernández Bustos, “se hunden en un cosmopolitismo meramente cartográfico”. El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez coincidió con el crítico cubano, y fue algo más preciso: de García Márquez, por ejemplo, sugirió que había que aprender su lúcida visión de la historia y no los fuegos de artificio de su “realismo mágico”.




En los flujos y reflujos que caracterizan a la literatura latinoamericana, la pulsión cosmopolita no es una novedad. El crítico venezolano Gustavo Guerrero recordó que el principio de esta historia puede rastrearse a Darío y los modernistas, nuestros primeros escritores “cosmopolitas y contemporáneos” (las palabras son de Octavio Paz). El francófilo Darío, señaló Guerrero, fue ignorado en Francia; apenas hubo una reseña de sus libros, de Valery Larbaud, en 1907. Darío terminó sintiéndose en París como “un extranjero entre estas gentes”.
Guerrero lee el fracaso de Darío como la escena primitiva de nuestra modernidad literaria. El horizonte de expectativas francés sobre América Latina, que quiere exotismo y no sofisticación, hace que los modernistas fracasen en Francia. Una de las claves de la generación de los noventa es, entonces, la denuncia sistemática de la fuerza coercitiva del horizonte de expectativas. El Boom internacionalizó nuestra literatura, pero, a la vez, sobre todo gracias a García Márquez, ratificó un horizonte de expectativas para América Latina. La generación actual quiere rescatar la internacionalización, y rechazar ese horizonte limitado con el que se recibe a la literatura latinoamericana. Que se siga discutiendo sobre esto a un siglo de Darío y compañía demuestra que la generación de los noventa peca de optimista si cree que va a cambiar pronto ese horizonte de recepción.
Más provocaciones de Volpi: “La literatura latinoamericana siempre fue una construcción imaginaria, de modo que tampoco es necesario lamentarse mucho de su desaparición”. Lo cierto es que es más difícil que desaparezcan las construcciones imaginarias que la reales. Tenemos literatura(s) latinoamericana(s) para rato. Esta generación debe preocuparse más de la escritura que de lo que debería ser o no ser nuestra narrativa. Hasta el momento, tenemos muchos cuentos perfectos, algunas novelas ya clásicas, y una ensayística esmirriada. Por ahora, es poco.