en las zapatillas de AC
entrevista x mail con Rodolfo García para Paula.com
acerca de... claro, acerca de Caicedo
pronto mas data de Bogotá
Fuguet: En las zapatillas de Andrés Caicedo
Por Rodolfo García.
Andrés Caicedo vivió una corta pero vertiginosa carrera como crítico, escritor y dramaturgo. Nacido en Cali, Colombia, se suicidó a los 25 años en marzo de 1977, luego de recibir por correo el primer ejemplar de su libro Qué viva la música, hoy obra de culto, e ingerir 60 pastillas. Mi cuerpo es una celda es su autobiografía póstuma, dirigida y editada por Alberto Fuguet a partir de diarios de vida, notas y correspondencia epistolar.
El escritor chileno comparte el gusto y la sensibilidad de Caicedo frente al cine, y quedó impresionado cuando años atrás descubrió Ojo al cine, sus escritos cinéfilos. Desde un viaje por Sudamérica que incluye lanzar Mi cuerpo es una celda en Colombia y asistir a la Feria del Libro de Guadalajara en México, Fuguet contesta por e-mail entre aviones, entrevistas y hoteles.
¿Cómo sitúas a Andrés Caicedo dentro de la crítica latinoamericana?
Uno de los mejores, uno de los adelantados. Si bien creo que Héctor Soto es el mejor crítico de cine latinoamericano del siglo XX (que seguirá siendo notable durante el XXI, pero su ADN es claramente Siglo XX), creo que Caicedo es el líder de un movimiento crítico (de cine, de libros, de tele, de rock) donde lo que importa no es tanto lo que se sabe o lo que informa, sino lo que se siente. A Caicedo quizás no le dejarían escribir en Mabuse. Caicedo parece más un colaborador de El Amante, la revista argentina de cine.
¿Por qué?
Caicedo cometió un error para el siglo XX: Caicedo debía hacer suyas las películas. Escribía mejor cuando una cinta le gustaba. Sentía que existía una guerra fría entre buenos y malos. Esparcía el evangelio, su evangelio (como tratar que todos vieran Lillith de Robert Rossen cuando nadie la vio). Caicedo proyectaba su vida y lo que vivía a la película. Usó la crítica para hablar de sí mismo y del mundo, no entendía la crítica para dar clases o enviarle recados al director o para pasar de intelectual. Era un crítico lúcido, con una prosa impresionante, un estilo notable y era capaz de ver lo que otros no veían.
¿Qué te llamó la atención de su sensibilidad?
A cada rato uno se topa con escritores que son brillantes, inteligentes, pero no tengo claro si son sensibles. Caicedo era quizás demasiado sensible y, respecto a su sensibilidad, ese punto de vista particular con que veía el mundo, no sólo me llamó la atención sino, por cierto, simpaticé. Sentí que encontré un amigo, un hermano mayor. Creo que es, sin duda, el eslabón perdido de McOndo. Su padre o su hermano mayor.
¿En qué sentido?
Me gusta que sea urbano, que no tomó en cuenta el realismos mágico de Gabo, que no entendía la vida sin el cine, que consideraba que la cultura pop era cultura, que a pesar de ser rockero y obsesionado con la cultura yanqui, tenía distancia y era capaz de apreciar lo mejor del resto del mundo, que creía en la salsa, que devoraba a Vargas Llosa y Alan Poe, que era un perdido, que no tenía claro y a la vez la tenía clara, porque si no escribía moría, porque detrás de su look Morrison era un nerd tímido y tartamudo.
Voces múltiples
¿Por qué escogiste la primera persona, lo subjetivo, como tono?
Surgió solo. Me di cuenta que no me interesaba hacer una novela histórica ni menos una biografía. Y al captar que tenía sus palabras, la idea de intentar escribir como él me pareció una falta de respeto. Además, tampoco sabía todo lo que había vivido o sentido. Al empezar a leer este material capté que él tenía un libro que no estaba armando u estructurado, pero que sí estaba escrito, que es lo que importa.
¿Cómo es eso?
Leyendo y, a medida que me encontraba con sus cartas, entendí que la posibilidad de ingresar a su mente, como Cusack ingresa a la Malkovich, era alucinante. Y aterrador. Y triste. La idea de poder ingresar a una mente torturada me fascinó. El tono es de él, conmigo como un editor duro que no lo dejaba repetir, irse por las ramas, etcétera. En breve: por qué no usar a Caicedo si tenía a Caicedo. Para que ir a escuchar a un grupo de imitadores si tienes al verdadero.
¿Cómo sientes que opera lo fugaz en Andrés Caicedo?
Fugaz fue su vida y corría y escribía corriendo y no tenía tiempo pues sentía que se le iba y lo hacía todo a la rápida, con intensidad. Quizás era volátil pero no se evaporó, ni siquiera su alma. Su cuerpo fue quizás su celda pero sus palabras lo liberaron y voló. Ahora está vivo, volando, conquistando hermanos y primos en todas partes de América Latina y, no se cabe duda, pronto en otros idiomas. Caicedo, como todos, era varias personas en una.
¿Varias personas en una?
A veces su lado B y C se integraban y lo hacían el tipo brillante que era. Recordemos que murió a los 25 y dejó una gran obra. ¿Cuánta gente conoces de 25 que tiene obra? Yo estaría muy incómodo si mi propia “carrera”, hubiera terminado con Sobredosis. La verdad es que me daría entre asco y vergüenza. Mal. Ahora Caicedo era un ser débil, bipolar quizás, fracturado y, sobre todo, escindido. A veces no podía integrar su lado B y con su A y ahí empezaron los problemas. Problemas que lo llevaron al final que todos sabemos: muerto a los 25 y, lo que es peor, más triste, seducido y adicto a la muerte desde por lo menos los 22.
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