Thursday, December 04, 2008

triste, liminal, escindido

por un tiempo, abusaré de este blog
por unos días, será el blog Caicedo
o el de Mi cuerpo es una celda

están apareciendo críticas
en todas partes.
esta particularmente me impactó y agradó
porque es era la idea:
hacer un libro liminal, triste, duro

aqui va lo q escribió Juan David Correa
en El Espectador de Colombia


4 Diciembre 2008

Un libro triste

x Juan David Correa Ulloa

A los quince años descubrí con una emoción desmedida la obra de Andrés Caicedo. Durante un buen tiempo leí todo lo que pude sobre él. Averigüé, pregunté, y sufrí una sobredosis. Entonces, Caicedo se quedó en una especie de limbo en el que permaneció a pesar de los libros que han recopilado amigos suyos como Sandro Romero Rey. Esos libros, sin duda, eran documentos relevantes, pero mi vena hacia Caicedo estaba, así lo creía yo, irremediablemente rota. No le encontraba ya gracia a sus textos literarios. Y comenzaba a creer que el mito de Andrés Caicedo era algo creado, que superaba sus propias esperanzas cuando estaba vivo.

Así que llegué con muchas reservas a Mi cuerpo es una celda, una autobiografía “dirigida y montada” por el escritor y director de cine Alberto Fuguet. Debo decir también que el término de dirección y montaje se me antojó pretencioso e innecesario. Lo abrí con todos esos prejuicios y no bien comencé a leer; apenas comencé a adentrarme en eso que Fuguet decidió llamar montaje y que digamos a mí me parece solo edición, comprendí que estaba ante uno de los libros más hermosos, complejos, duros, brutales, y aterradores que haya leído.

El testimonio que logró “montar” Fuguet sobre Andrés Caicedo, ese hombrecito que quiso morir de una sobredosis de cine pero que solo pudo cumplir con Seconal, el más precoz de los escritores colombianos, el mismo que se adelantó a un montón de cosas en nuestra crítica y literatura; la vida de ese muchacho de Cali que hizo obras de teatro a los 16 años, escribió cuentos, fundó la revista Ojo al cine con Luis Ospina; hizo cortos con Carlos Mayolo, y se enamoró sin remedio de Patricia Restrepo; la vida, digo, de ese muchacho, está contenida con tanta hondura, con tanto acierto en este libro que, me temo, será el encargado de que ese mito que creía yo desmedido, se convierta en verdad, en permanencia.

Fuguet ha creado un guión —para seguirle la corriente— imperfecto y bestial. Ha recuperado, cortando aquí y allá, parte de su correspondencia, de su crítica, de sus papelitos olividados, de sus notas de cuaderno, y nos los ha devuelto quizá con la mirada desinteresada de quien no conocía a Andrés Caicedo. Y lo ha logrado. Y creo que no me equivoco si digo que este es el mejor libro de Andrés Caicedo: el que escribió pensando en que “el cine era mejor que la vida”.