Monday, November 17, 2008

la vida, el cine, la cinefilia, la patologia y la muerte


después de hablar tanto de blogs, y conocer tanto bloggers en Baires en el marco de la FILBA, dudo q postear, si soy blogguer, etc, pero bueno...
creo q este es mi blog (pronto los 2 se unirán en www.albertofuguet.cl) y mas q hacer literatura, supongo que hablo y posteo y sampleo acerca de temas q me interesan relacionados con cine y literatura y, claro, las cosas que voy creando
(lo q en Argentina llamaron
autobombo).

eso

aqui va una estupendo análisis de Héctor Soto en La Tercera del sábado
acerca de
Mi cuerpo es una celda.

DATO: en Chile ya está en todas partes, está llegando a Perú en unas 2 semanas, y ya está -creo- en Colombia y Mexico. Ecuador y Venezuela, pronto.

ARGENTINA Y URUGUAY quedaron para la epoca de la Feria del Libro y del Bafici. Entre otras cosas por lo bien que le está yendo a Caicedo con
Que Viva la Música (con un prólogo y un apoyo emocionante del gran Fabián Casas).

Eso
aqui Soto on Caicedo:



El cine y la vida


Por Héctor Soto

Si la pasión compulsiva por el cine comporta algún nivel de desencuentro con el mundo, entonces Andrés Caicedo debería ser elevado a los altares de la cinefilia latinoamericana en calidad de santo y mártir. Muchos de los antecedentes para promover su causa están en el libro que Alberto Fuguet acaba de publicar (Mi cuerpo es una celda, Ed. Norma, Santiago, 2008) a partir del abundante material -diarios, escritos y una impresionante cantidad cartas- que Caicedo dejó tras quitarse la vida el 4 de marzo de 1977. Fuguet, que hizo un trabajo notable en términos de compenetración, no agregó una sola palabra a esos textos y se limitó a ordenarlos en una secuencia que describe el progresivo descenso a los infiernos de este joven colombiano.

Nacido en Cali en 1951, decidió no seguir estudiando tras el colegio, en parte porque eran muchos los proyectos que se sentía llamado a realizar y en parte porque intuía que su tiempo era escaso. Caicedo tuvo mucho de niño prodigio y alcanzó a tocar el cielo con las manos cuando animó un cine club y escribió, con resuelto sentido de urgencia y de agonía, crítica de cine entre los 19 y los 25 años que tenía al morir.

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El problema es que en todo lo demás su vida fue traumática. Nunca se entendió bien con el padre y desarrolló una relación de gran dependencia con la mamá. Quiso escribir guiones para Hollywood sin saber inglés ni tener mayores contactos e hizo un viaje a Estados Unidos del cual como era previsible volvió derrotado. Era tartamudo y este factor, que lo perjudicó en el colegio y en sus sueños de animador cultural, con seguridad lo empujó al mundo de los fármacos. Como tampoco se le dieron bien las cosas en el plano sentimental, Caicedo se fue sintiendo cada vez más acorralado y prefirió acelerar su desenlace con 60 tabletas de Seconal el mismo día que recibía el primer ejemplar de una novela que había escrito.



Leer hoy las críticas de Caicedo –Norma publicó a fines de los 90 el libro Ojo al cine, que reúne gran parte de su producción- es una experiencia fascinante. A lo mejor él nunca fue un paradigma de rigor, pero escribió páginas inolvidables acerca de películas que emocionalmente lo devastaron, como Vértigo, de Hitchcock, como Lilith, de Robert Rossen o Pat Garret y Billy The Kid, de Peckinpah, entre otras. Si en algo se parecen los cinéfilos más empedernidos a los comisarios del estalinismo y a los moralistas que asocian la pantalla con focos de contrabando ideológico o de corrupción desenfrenada es que tienden a sobredimensionar los efectos de las películas que ven. En lo bueno, pero también en lo malo. Para Caicedo el crítico debía sobre todo ser capaz de desmontar por medio de la razón la magia a menudo engañosa de las imágenes del mal cine. En el fondo, porque pensaba que podía ser tóxico. Esos temores fueron muy de su época, cuando el concepto de alienación adquirió contornos poco menos que demoníacos. Hoy semejante paranoia ha bajado. Pero sigue teniendo gran belleza la idea de que una película te puede salvar o condenar.

A Caicedo el cine le entregó muchos de los momentos más luminosos de su vida. Su problema radicaba en lo que venía después de la proyección. Esa película sí que lo superó.