Wednesday, February 13, 2008

Don Héctor.... nada mas, nada menos

de viaje, en tierras cinefilas, calidas y caicedianas, pero un minuto libre
y posteo esto q salio hace unos dias en el WIKEN-- la columna (Dejenme en Paz) de mi amigo de toda la vida, el gran Sergio Paz.

Paz conoce a don H via mia hace muchos muchos años y se las mandó, nos emocionó a todos, y no fue nada de bizarro sino simplemente maestro---grande Paz!

UNA VIDA CRITICA ha sido un exito de ventas, ha provocado muchas cosas, discusiones y comentarios, pero sobre todo, ha generado un impresionante despliegue de emociones a Don H

como bonus recomiendo un podcast muy divertido donde Soto va a Cineconchile y
no paran a hablar como urracas: es una conversacion extremadamentre frik, cinefila y divertida

http://cineconchile.wordpress.com/2008/01/26/cineconchile-17/




Don Héctor Soto

Por Sergio Paz

Alberto Fuguet y Christian Ramírez acaban de editar Una vida crítica (Epicentro Aguilar), un portentoso libro que reúne las mejores críticas de Héctor Soto, don Héctor Soto, quizás la voz más respetada (y escuchada) hoy en los medios.

Fue cuando don Héctor editaba Enfoque, la célebre revista de cine, una revista hecha a puro pulmón, que lo conocí. O lo vi. O me lo presentaron. A don Héctor, estoy seguro, uno nunca lo termina de conocer. Y ése es, creo, uno de sus principales talentos. O dones. O al menos lo que explica que Héctor Soto no sólo sea el autor de un ramillete de crípticas frases (ya no es un lirio, mi mejor amigo nuevo, etc., oscarwildeanas sentencias que a todos nos habría fascinado inventar), sino también de una sorprendente personalidad que por décadas le ha permitido estar en los medios. Claro que siempre sobre los medios. Cosa envidiable. Vaya que sí.

Ustedes deben haberlo leído. Seguido. Odiado. Adorado. En el mundo de Soto (y esto, ojo, no sólo tiene que ver con el cine) las cosas son o son. No hay medias tintas. O le fascina una película, o simplemente la ignora. En la mirada de Soto siempre hay compasión. Nunca indulgencia. Él va, compra su entrada, se sienta. No come cabritas. Sí caramelos. Y si le carga lo que aparece ahí enfrente, dice qué horror. Si, por el contrario, le gusta, dice qué bueno. Punto. Qué bueno. Me encanta cuando don Héctor dice qué bueno. Luego Soto se sienta. Y, lo pase muy bien o muy mal, escribe a rabiar. Soto rabia, es verdad. Luego, ya sea que enaltezca o celebre, degüelle o destruya, uno siente que el mundo se ha comenzado a ordenar. Eso porque don Héctor nunca critica para destruir. Siempre para mirar, comprender, entender. No exagero si digo que, muchas de sus críticas, son incluso mejores que algunas de las películas que él mismo ha encontrado muy buenas. Es la crítica, finalmente, venciendo a la crítica. La mirada que enseña a ver. A perdonar.

Entiendo que el libro de Epicentro Aguilar, recientemente presentado, coincide con un récord: cuarenta años desde la primera crítica que publicara don Héctor. El volumen, por lo mismo, puede servir para revisar, en su particular mirada, la historia del cine. Y, mucho más útil, para ver (o volver a ver) aunque sea algo (una cosa es cierta: con don Héctor uno se siente ignorante) de todo lo que esta ahí y todavía no has visto. Una vida crítica, el libro de Soto, lo deberían vender en todos los Blockbusters de Chile, en todas las tiendas indie de Los Leones. En Una vida crítica no sólo se encuentra el registro bien analizado de todo aquello que los grandes directores hicieron, sino también de todo eso que habría sido mejor dejar pasar. Soto no es un hombre de estrenos. Ve todo. Pero le gusta poco. Filtra. "No me había dado cuenta de eso", dice uno tras haberlo leído. Entiendo que Soto estudió derecho. Se nota. Las películas, a ojos de él, son culpables o inocentes. A veces es fiscal. Las más de las veces, defensa. Y si Soto va al cine, es para ser testigo. Para gozar. Es lo que explica, creo, la molestia que siente con Ruiz. Y, aún más, con el miserable cine chileno de las últimas décadas. Para qué hablar de la taquilla. Los estrenos. Y el exceso de mantequilla en el popcorn.

Lo he escuchado en diarios, revistas, también en la radio: por Dios que es inteligente don Héctor. Lo dice la gente, sus colegas, sus amigos. No estoy de acuerdo. Es decir, sí. Soto es brillante. Lúcido. Chispeante. Demasiado entretenido. Pero no es eso lo que lo hace especial. Lo que lo hace diferente es, estoy seguro, su humor de palacio. Su cinismo de gerencia. Su capacidad (ya lo dije) de estar y no estar.

Soto es, en definitiva, el non plus ultra de lo que significa ser un editor. En sus dedos está el ABC de los libros y las películas, la gente, todo. Ahora Fuguet y Ramírez consiguieron compilar sus memorias de cine. Ojalá otros hagan otro tanto con sus escritos de política, de literatura. Se va a agradecer. Soto lee. Ve. Y mientras más vea y lea, uno más lo entiende a él. Pero, tanto mejor, uno más se entiende a sí mismo.