Sunday, August 05, 2007

leer en tiempo real


mi columna mensual en Rev Libros de EL M
esta vez acerca de libros cortos q se pueden leer y procesar en una sola sentada...


Domingo 5 de agosto de 2007

LEER en tiempo real

Señales captadas al azar circulando por diversos mundos no literarios. Comentando un libro del cual soy fan con un desconocido que conoce al autor, este ejecutivo que está frente a mí me dice que empezó a leerlo pero que no pudo terminarlo.

-Ah, ¿te pareció malo? Fome.

-No, es que tengo tres hijos.

Ehhh...

Rara respuesta pero, sin duda, es la respuesta más típica que uno escucha. ¿Leer frente a los niños equivale a, no sé, ver porno? Supongo que lo que quiso decir es que le falta tiempo. No le alcanza. La vida es muy rápida y leer es demasiado lento.

¿O quiere decir que es difícil? ¿O que leer es demasiado complicado? Leer toma tiempo, leer quita tiempo, por qué leer no es como ver tele.

Dato para la causa: el libro que discutíamos tenía 180 páginas con letra grande.

¿No lo terminó por sus hijos (lectores de Harry Potter, me enteré después) o por tiempo (¿se quedará dormido a las 21:30?) o porque no enganchó y no quiere admitirlo porque siente una suerte de temor a quedar como inculto? ¿A lo mejor simplemente sufre de problemas de concentración? ¿O, como gran parte del país, no entiende lo que lee?

¿Serán todas las anteriores?

Quizás la respuesta real es que SÍ tiene tiempo, pero que leer NO le interesa, no le provoca, le parece un trabajo.

Ahora que todos cranean campañas de fomento de la lectura, quizás lo más importante es, primero, separar la paja del trigo: el que no quiere leer, que no lea. Tratemos de salvar a los inocentes y que se hundan los que no quieren. ¿Son tarados? No. Incultos, tampoco. Simplemente se están perdiendo algo y, lo que es un poco triste, la vida se les acorta. Personalmente, prefiero que no me lean a que me lean a la fuerza, mal o que lleguen a la conclusión de que, como un autor de un par de libros, soy denso, latero o, esa palabra tan usada por los chilenos, enredado.

Tantas, tantas razones que se inventa la gente para no leer cuando sería tan simple decir:

-Disculpa, no leo. NO ME INTERESA. DESPRECIO A LOS QUE LEEN. Jamás me juntaría o contrataría a alguien que lee.

Qué agradable sería toparse con gente que te dijera:

-No, no leo. Paso.

Algo así como no fumo, no bebo, no uso crack.

Un secreto para los que tienen días de 16 horas: cuando no tienes tiempo, la única manera de recuperarlo, de alargar el día, es justamente leyendo. Cuando yo no leo, y a veces me sucede, a veces la máquina te la gana, la vida, en efecto, se daña, se reduce, se envilece.

Todo esto me ha hecho pensar en que quizás por eso, de un tiempo a esta parte, el factor tiempo/páginas no sólo está invadiendo la industria literaria (editar libros más cortos para asustar menos, algo que se podría entender desde el punto de vista de un editor, por ejemplo), sino, y esto me parece francamente fascinante, también está alterando la forma de leer y de escribir.

Lo admito: no he leído o comprado ciertos libros por su grosor. He pensado para mí mismo: ¿no será como mucho? ¿Es necesario escribir tanto, no podría haberlo dicho en menos páginas? Esto me pasa sobre todo con la ficción. Una novela de 400 páginas, ¿no pudo tener 200 menos? ¿Una novela de 800 no es una soberana exageración? Es verdad: uno se hace el tiempo para leer si quiere, pero también es cierto, es innegable, que hay niños, hay colegios, hay trabajo, hay competencia. Un escritor también tiene que hacer lo suyo, seducir, entender los tiempos, y los tiempos no están para 800 páginas. Están para 180 o si no para cinco mil (las sagas que se leen a lo largo de meses o décadas).



Novelas recientes que me he negado o no he podido ingresar: Hasta que te encuentre de John Irving en la monstruosa y carísima edición de Tusquets (poco a poco, mi lazo con Irving se ha ido aguando justamente por un tema de páginas). Me costó un año encargar The Lay of the Land de Richard Ford, alguien a quien pensé que nunca podría serle desleal.

Con la no ficción, no me asusta ni trauma la cantidad de hojas. ¿Mil páginas de un crítico de cine? Feliz. ¿Tres mil o no sé cuántas de cotilleo literario entre Borges y Bioy? Vale. ¿Quinientas páginas de biografía sobre el escritor de policiales negros Jim Thompson? Démosle. Sobre todo cuando las novelas de Thompson son delgaditas y se leen de una.

De una.

De un tirón. Al toque. En una sentada.

Me he ido pasando a novelas cortas-cortas, delgadísimas, que poseen una cualidad de la que no me había percatado. Hace poco leí la novela de Ian McEwan, On Chesil Beach, que posee exactamente 166 páginas, con un tipo más bien grande, y muchos espacios en blancos. O sea, de alguna manera, el editor se dio el trabajo de estirarla. Pues bien: ingresas al libro y, antes de que te percates, lo has terminado. Lo lees en tiempo real. Tal como una película. Es altamente probable que no tengas que levantarte para ir al baño y, si estás en un avión, o en un parque, o simplemente con el celular apagado, puedes no sólo leer, sino vivir paso a paso la experiencia literaria. Leer narrativas modestas en sus ambiciones temporales es sencillamente adictivo, pues se parece mucho más a la realidad: es como cuando alguien termina contándote una confesión o se desahoga.

Leer On Chesil Beach es lacerante y angustiante, y creo que es así porque, en apariencia, no necesita resumir: McEwan cuenta algo mínimo, un episodio que ocurre durante un par de horas, y uno lo lee todo en tres. Pero son tres horas devastadoras, porque mientras lo lees captas que, tal como a veces sucede en la vida, esas tres horas van a pesar y no olvidarse por el resto de la vida de esos dos personajes que uno logró conocer, entender y comprender, pues justo te tocó estar con ellos en un estado límite. Nada te une tanto a otro como haber compartido algo que no debió haber sucedido jamás.